martes, 23 de julio de 2013

Un amor, un cuchillo y un vano intento de olvidar


Julio era introvertido, tímido, vergonzoso.
Era difícil entender cómo había llegado a ser profesor de Facultad.
No hablaba con nadie pero quería escuchar.
 Sobre todo a Marta, su único amor.
Pero ella no lo sabía.
Un día sin saber cómo, Julio le declaró sus sentimientos.
No estoy sola, respondió.
Mi pareja es una mujer.
La miró.
Ella, no.
Se fue en silencio escondiendo  las lágrimas que gritaban por salir.
En el camino compró una botella de alcohol.
En su casa y sin ropa, comenzó a tomar sin piedad.
Buscó su mejor cuchillo y apoyó los huevos sobre la mesa
Con los brazos abiertos como un Cristo en la cruz, miró al cielo descascarado pidiendo valor.
Y el cuchillo bajó.
Ahora Julia camina tranquila de pollera larga y piernas afeitadas.
Segura de que ninguna mujer la va a lastimar.
¿Te conozco?
Preguntó una voz familiar un día como cualquier otro.
Una sonrisa en los labios.
Pelo corto, pantalones anchos y aquellos ojos.
 Que quería olvidar.





viernes, 5 de julio de 2013

Borracho hasta las pelotas

Era el atardecer de un domingo frío, triste. Hacía horas que estaba parado detrás de la ventana mirando sin ver. Anoche, después de hablar con ella, había tomado hasta quedar borracho como una cuba pensando que eso iba a anestesiarme, o tan siquiera ayudarme a entender. 
Es un secreto que no puedo cargar sola, me dijo mirándome con ojos que pedían ayuda. No necesité decirle que podía confiar en mí. A pesar de habernos separado, confraternizábamos, tal vez más que antes, cuando éramos jóvenes, inmortales.
Las luces se encendían con timidez  desnudando poco a poco la soledad de la calle. La mía. La nuestra.
Y la escuché.
Y quedé estupefacto por sus palabras.
Y le dije sabedor de mi mentira: todo va a estar bien.
Miré el cuadro que una vez pintó con trazos torpes pero firmes. Es mi bisabuelo, era un labriego de carácter duro, pero de buen corazón. Como yo, me dijo con orgullo. A mi alrededor todo conservaba algo de ella, de nosotros. De lo que tendría que haber sido.
Y cuando se fue lloré solo, esperando inútilmente que alguien me dijera que todo iba a estar bien.
La noche entraba por la ventana, negra, absoluta, y sin querer busqué con el pulgar el anillo que no estaba. Deseé volver a abrazarla. Pero no estaba. 
Y ya no iba a estar.
Y salí sin rumbo fijo. Decidido a otra vez, emborracharme hasta las pelotas.