Cuando la vi venir, la reconocí de inmediato. Compartimos dos o tres
años en la escuela y me recuerdo absolutamente enamorado de su pelo
renegrido contrastando con su mirada clara de pestañas gruesas. La
Adivinadora, le decía la maestra cada vez que le tocaba dar la lección
al frente de la clase. Nunca fue muy aplicada, sin embargo, su carácter
justo y divertido la convirtieron en la más popular de los recreos donde
solía compartir con los más apocados, integrándolos al resto de
nosotros.
Susana. La líder.
Ahora vestía ropa sucia y descuidada. La camiseta le marcaba los pezones de unas tetas que parecían no haberse desarrollado y sus pantalones calzados tan arriba como era posible, ofrecían el canal de su entrepierna a cambio de poco. Venía hablando sola y de vez en cuando gritaba insultos a un hombre que se alejaba. Me miró, y en sus ojos vi retazos de sueños perdidos; los recuerdos encerrados en una valija extraviada en algún callejón lleno de pastabaseros
Me pidió plata mirándome sin verme.
Susana, la drogadicta
Nos empezamos a encontrar seguido en la rambla, a la altura de la Playa del Gas. Le llevaba mate y bizcochos y mientras comía y hablaba, yo trataba de entender cuando se había roto su botella de agua bendita. Día a día nuestras charlas se estiraban, y parecía que aquella chiquilina de la escuela quería volver.
Un día no volvió.
La vi en las noticias, tirada en el suelo, cubierta con un plástico de flores rojas. Nunca supe si me había recordado. Ni se lo pregunté.
Susana. La cobarde.
No volví a tratar de levantar el brazo del campeón de los perdedores, ni vivo cerca de la Playa del Gas. Pero de vez en cuando me doy una vuelta por allí, a mirar el mar.
Susana. La líder.
Ahora vestía ropa sucia y descuidada. La camiseta le marcaba los pezones de unas tetas que parecían no haberse desarrollado y sus pantalones calzados tan arriba como era posible, ofrecían el canal de su entrepierna a cambio de poco. Venía hablando sola y de vez en cuando gritaba insultos a un hombre que se alejaba. Me miró, y en sus ojos vi retazos de sueños perdidos; los recuerdos encerrados en una valija extraviada en algún callejón lleno de pastabaseros
Me pidió plata mirándome sin verme.
Susana, la drogadicta
Nos empezamos a encontrar seguido en la rambla, a la altura de la Playa del Gas. Le llevaba mate y bizcochos y mientras comía y hablaba, yo trataba de entender cuando se había roto su botella de agua bendita. Día a día nuestras charlas se estiraban, y parecía que aquella chiquilina de la escuela quería volver.
Un día no volvió.
La vi en las noticias, tirada en el suelo, cubierta con un plástico de flores rojas. Nunca supe si me había recordado. Ni se lo pregunté.
Susana. La cobarde.
No volví a tratar de levantar el brazo del campeón de los perdedores, ni vivo cerca de la Playa del Gas. Pero de vez en cuando me doy una vuelta por allí, a mirar el mar.