lunes, 26 de mayo de 2014

Tan solo un twist



El culito de  ella todavía tenía olor a banco de escuela la primera vez que hizo el amor.
Él era tan sutil como una patada en los huevos.
Se conocieron en el  Jack Rabbit Slim's
Se rieron de dos idiotas que bailaban twist.
Él le dijo ¿Qué tal si te arranco la bombacha con los dientes?
A ella siempre le habían gustado los hombres decididos.
A él, las mujeres que no dudaban.
Se fueron al baño del bar.
Cuando salieron, ella fue a la barra a terminar de emborracharse.
Él, se puso a aplaudir a los bailarines.


sábado, 24 de mayo de 2014

Norwegian wood




El atardecer se había pintado de un gris plomizo, amenazante, pero la temperatura era agradable. Invitadora para caminar. Adrede, desvié mi camino para cruzar por mi plaza preferida. Lo estaba haciendo tranquilo, sin prisa, cuando llegó, como traída por la brisa, una música sexi. Cadenciosa. Como sólo un saxo puede interpretar. Conocía la melodía pero no me daba cuenta cual era. Me senté en un banco a disfrutar del artista callejero. Comencé a tararear interiormente… ¡Pero claro! ¡Norwegian…
—…Wood! —Me dijo deteniéndose de golpe y agarrándome de un brazo—. Esta es una de mis canciones preferidas.
Trabajábamos juntos; ella era secretaria del directorio, yo, un simple oficinista. Fui un espectador privilegiado de cómo uno a uno, los pretendientes, que aparecían de todas las secciones cuando ingresaba una chica nueva, eran rechazados. A mí, me gustaba demasiado. Tal vez por eso, apenas la saludaba.
Era viernes, se me había acumulado trabajo y decidí terminarlo después de hora. Luego de un buen rato,  por fin había acabado. Fui a buscar mi abrigo, y cuando pasé frente al baño de damas, escuche un sollozo. Me detuve. En el lugar sólo estaba yo y en el piso de abajo el personal de limpieza. Lentamente abrí la puerta y me asomé. Nadie. Ya me iba cuando escuché otro gimoteo. Entré y la vi. Estaba sentada en el suelo abrazando sus piernas, llorando. Le pregunté si estaba enferma. Negó con la cabeza. Mi primer impulso fue el de darme la vuelta e irme, sin embargo, me senté en el piso junto a ella, en silencio. Después de un rato empezó a hablar. Estaba sola en la ciudad. Había dejado en su pueblo familia, novio y amistades. Y ahora comenzaba a sentirlo. Me sentí un chofer de taxi o un peluquero al cual se suele tomar de confesor. Y me gustó.
El lunes todo parecía estar igual, el café matutino, mi lejanía, su aparente fuerte personalidad, el apagado “hasta mañana”. Salí y llovía. Las gotas caían perezosas, calmas. Levanté la mirada y la vi. Estaba parada en la esquina. Hermosa, bajo el paraguas. Por su sonrisa mojada adiviné que me estaba esperando.
Fuimos a un bar de las cercanías. Pronto hablamos como si nos conociéramos de toda la vida. Una tarde, por problemas laborales, yo estaba enojado.
—¿Qué te gustaría hacer para cambiar el humor?
—¿Qué tal correr hasta caer rendidos? —Fue la primer tontería que se me ocurrió.
—¡Pues, vamos¡ —Me dijo iniciando una veloz carrera.
Era una noche de invierno cuando me invitó a su casa. Entre bromas y tonterías comenzamos a besarnos, y sin saber cómo, mi mano se llenó con su sexo húmedo, afiebrado.
—No sé qué haría sin un amigo como vos. —dijo un día.
Tan incontrolable como una borrachera de cerveza. Tan previsible como el posterior vómito.
La plaza estaba vacía. Sólo yo, bajo la lluvia que había empezado a caer. Las gotas, perezosas, juegan con las luces de la calle.
Y me encanta.




domingo, 18 de mayo de 2014

Melodía sin nombre



Hacía muchos años que no silbaba esta melodía.

Cuando se grabó en mi cabeza era casi verano y fue en una de esas noches donde el entusiasmo por la novedad de salir con amigos nos hacía sentir adultos, audaces.  Quedaban pocos días de clase y en el liceo se había organizado un baile de fin de año.

Al llegar nos sorprendió ver el lugar con luces de colores y casi en penumbra, como en los bailes de verdad. La noche pasaba divertida entre bromas y camaradería cuando el gordo Perico me dice al oído, Mirá que Estela te está vichando. Estela no vino, contesté. ¿A no? ¿Y quién es esa? replicó señalándola con la mirada.

Era cierto, estaba ahí, pero no la había reconocido. El pelo suelto y un leve maquillaje que resaltaba sus ojos, la habían convertido en alguien diferente. La habían convertido en una belleza que me sonreía.

Seguramente mi expresión de sorpresa fue lo que provocó su sonrisa. Un espontáneo e impensado ¿bailamos? se dibujó en mis labios. Tal vez a ella le pasó lo mismo cuando asintió con la cabeza.

Pasamos horas bailando, saltando y riendo. Hasta que sorpresivamente, empezó la música lenta. Nos quedamos parados, mirándonos sin estar muy seguros de qué hacer. Al fin me acerqué. Ella estiró sus brazos y los pasó alrededor de mi cuello. La tomé por la cintura y empezamos a bailar.  Muy pronto sentí su respiración en mi cuello, su perfume. La exquisita novedad de nuestros cuerpos pegados. Fue cuando sonaba esa canción que  busqué su boca con la mía y sin saber muy bien cómo, nuestras lenguas se encontraron. Al principio, tímidas. Muy pronto, ávidas. Lujuriosas. Con el delicioso e inolvidable sabor del primer beso.

Cuando llegué a casa todavía era de noche. Pero había salido el sol.


La mujer alada



El Porteño era un viejo de barba larga y sobretodo eterno. Siempre se sentaba solo a pescar en la parte vieja de la rambla, allí, cerca del puerto. Lejos de todos. Dándole la espalda a la ciudad.
Cuando lo veía, no podía resistir la tentación de sentarme a una distancia respetuosa a mirar el sube y baja del lengue. Hasta que un día empezó a hablar. No sabía si conmigo, o con él, pero dejé de mirar el agua y  escuché lo que decían sus frases cortas, espaciadas.
La mujer alada existe, muchachito. Y tenés que saber a qué atenerte si algún día conocés alguna.
Apretó la caña bajo una pierna y sacó un paquete de tabaco del bolsillo. Se limpió las manos con un trapo y con total parsimonia empezó a armar un tabaco. Antes de ponerlo entre sus labios, sacó unas hebras que habían quedado fuera y al fin lo encendió. Dio una pitada profunda saboreando el humo y mientras lo expulsaba por la nariz, miró el cielo.
Esa mujer puede ser que un día te elija, que te permita elevarse con ella. Si lo hace, será porque sabe que vos también podés volar. Con una tos confundida con suspiro y sin sacar su mirada del horizonte,  volvió a mover la caña.
Si te atrevés a tamaño desafío, no trates de volar más alto que ella. Ni te retrases. Ella no suele mirar atrás. Solo acompañala. Quedáte junto a ella. Pero no la pierdas, porque después ninguna, pero ninguna otra te parecerá suficiente.
Recordé esta historia al pasar por allí. Visto desde lo alto, el lugar era irreconocible. Una playa de contenedores se había llevado el agua y la magia del lugar.
Aleteé un poco más fuerte. Debía seguir volando.