A pesar de que todos creen que es una invención, el
inframundo es real. Existe. Está en todas partes, al igual que los que lo
habitan. Su existencia es tan vieja como el pecado y esta es mi primera
vez aquí. No estoy seguro con qué me voy a encontrar. Pero lo sospecho. El solo
saber que es uno de sus habitantes, tal vez el más importante dentro de esta
sociedad, me produce nauseas.
El “Libre Albedrío”, es uno de los tugurios más sórdidos
de la ciudad. Un sótano maloliente, húmedo y caluroso. La música me golpea en
el pecho y descompasa los latidos de mi corazón mientras bajo por la
escalera. Al instante y a pesar de la confusión de mis sentidos, sentí su
presencia.
No me costó encontrarlo.
Está tirado en un sillón besando a una mujer, mientras
un joven negro de músculos marcados le lame el pecho. Son hermosos,
exuberantes. Están de moda en este mundo lujurioso en el que él, se siente tan
cómodo. Son vampiros.
Las ojeras delatan el tipo de vida que lleva desde
hace mucho. Está afeitado y usa el pelo corto. Viste un traje negro,
seguramente de Dormeuil. Un reloj pulsera de diseño y una cadena de oro muy
gruesa que cuelga de su cuello, le dan ese aspecto tan clásico que no pueden
disimular los nuevos ricos.
Carraspee. Inmediatamente, los habitantes de la noche
me mostraron los colmillos gruñendo sordamente. Él pareció no enterarse.
Volví a hacerlo. Al fin levantó la mirada y me vio.
—¡Pedro! —dijo abriendo mucho los ojos—¡Siglos sin vernos!
¿Qué te puedo ofrecer? ¿Un trago? ¿Una chica? ¿A los dos?
Ni siquiera se levantó. Con un gesto de su mano me
señaló un sillón.
Me senté y lo miré por unos momentos. Era una imagen
patética. Una mala caricatura. Al fin hablé.
—Tu padre te necesita. Vengo a buscarte.
Instintivamente se llevó la mano al costado. Tenía la
camisa abierta y pude ver cómo acariciaba la cicatriz. Alrededor de ella se
había hecho un tatuaje. I´love
you too, dad, decía escrito en letras góticas de rojo intenso. Me miró.
—¿Mi padre me necesita? ¿Mi padre se atreve a mandarte
a buscarme?
La carcajada retumbó en la habitación. Sus amigos
hicieron lo mismo.
—¡Fuera! —les gritó, chasqueando los dedos.
Hundió el dedo en el plato de coca y se lo frotó en
las encías. Su mano temblaba cuando se puso un cigarrillo entre los labios.
—Así que “el gran usador” me necesita —dijo más para
él que para mí mientras abría los brazos y miraba hacia arriba.
—Así es. Te necesita…
—¡Viejo de mierda! —gritó poniéndose de pie y tirando
una botella contra la pared— Vos sos testigo de todo. Vos sabés muy bien cómo
la pasé. ¿Y por qué? ¿Para qué? ¿Para esto? Él podía haber hecho todo de otra
forma. Ni siquiera me necesitaba… Ni a vos. Y yo lo sabía. Igual me expuse a
todo. Obedecí en todo. Confié en él y ni siquiera pude estar con la única mujer
que amé. Y encima me castiga dejándome vivir por los siglos de los siglos…
Ahora, después de ¿cuánto tiempo?, aparecés y me decís que le hago falta para
un nuevo capricho. ¿Para qué? ¿De qué sirvió todo lo que hice?
¿Miraste el mundo, Pedro? ¿Te detuviste a escuchar a
la gente? ¿O hacés como él y mirás todo desde arriba? Estoy seguro que ni
siquiera pensás. Ni te molestás en hacerlo. Mi mismo error…
Al decir esto me dio la espalda. Ya no podía
permitirme seguir escuchándolo. No iba a poder convencerlo. Saqué la punta de
la lanza de Longino de mi cinturón y se la clavé con todas mis fuerzas en su
costado.
En el mismo.
Giró sorprendido y se dejó caer encima del sillón
donde hasta hace poco pecaba. Me miró con los ojos muy abiertos. No pudo
hablar. La sangre llenaba su boca. Mientras agonizaba, tuve la gentileza de
explicarle el porqué de este, su segundo sacrificio.
—Serás su heredero. Tu voz y tu presencia serán
respetadas y obedecidas.
A pesar de que seguís siendo el mismo estúpido
soñador de siempre, Él te da otra oportunidad para que esta vez cumplas con tu
sagrado cometido. ¿Sabés que el Señor todavía no pudo arreglar tus cagadas?
¿Qué querías demostrar con esos “milagros”? ¿Y con tus ataques de ira?
¡Sanar enfermos! ¿A quién se le ocurre? Tenían que
morir. Todos tienen que morir. ¿Qué importa cómo o cuándo? Todavía hoy escucha
maldiciones y blasfemias porque la gente se muere. Porque se enferma.
¡Expulsaste a los mercaderes del templo!
Solucionar eso fue más fácil. Sí, mucho.
Lo desobedeciste. Revolucionaste a unos pocos y
encegueciste a la mayoría. Tal vez simplemente nunca entendiste qué es ser Dios
y con tus actos creaste falsas expectativas sobre él. Bien o mal, blanco o
negro. Arriba o abajo… Confirmaste la paradoja de Epicuro y eso, Él jamás te lo
perdonó.
Ahora, demuestra su generosidad dándote otra
oportunidad de servirle para que al fin todos, repito, todos, confirmen su
omnipresencia. Su omnipotencia. Su infinita sabiduría.
Ahora todos, sin excepción de raza, color o religión, te
llevaran consigo. Te respetarán. Te confiarán su vida, sus secretos y pecados.
Serás indispensable.
Único.
Te adorarán ciegamente.
Serás la Red…