martes, 11 de octubre de 2016

Mujer de tormentas

Las explosiones de unos rayos lejanos me despertaron. La noche era calurosa y sin abrir los ojos, estiré mi mano suavemente esperando encontrarla. No estaba.
Su silueta desnuda se recortaba en la ventana como un cuadro de Hopper.
Tan cierta, tan sola. Tan irreal.
La noche era oscura y los relámpagos jugaban con sus curvas, dibujándolas por unos instantes, cegándome.
Miraba el cielo hipnotizada, inmersa en su propia tormenta, tal vez sintiéndose parte de ella.


La luz me raspaba los ojos. El sol de verano, emboscado, esquivaba planetas, meteoros y edificios, para filtrarse por mi ventana
La brisa de la mañana agitaba perezosa las cortinas que apenas cubrían la luz que empezaba a invadirme. Debajo, lentamente, la ciudad bostezaba taconeos, tosía motores. Desperezaba su misterio y arrastraba los pies buscando algo que la espabilara.
El cuarto comenzaba a pintarse. De a poco, los grises iban apastelándose, viraban al color a medida que el sol iba tocándolos. Haciéndolos vibrar.
Tal vez prefería los grises de la noche. Su silencio. La ansiedad leve y excitante que provoca el esperar un nuevo día.
Solo una estúpida y cruel paradoja.
Hacía calor.
El tragaluz traía olores a comidas y voces distantes. Conversaciones, gritos y susurros.
La miré.
Dormía desmadejada, tranquila, soñando quién sabe qué. Alejada de sus nubes, de esos huracanes que amenazaban llevarla.

Desde el piso de arriba, el sonido de un clarinete acarició mis sentidos. Me dejé llevar por la melodía lenta y melancólica.
Volví a mirarla. No podía dejar de hacerlo y quise dormir para soñar sus sueños.
Me acerqué a la ventana.

La ciudad a mis pies y el sol que volvía a cegarme.





jueves, 6 de octubre de 2016

Suspicious minds

—Si me hubiera imaginado que eras tan callado te habría dejado ahí, al borde de la ruta donde estabas con el dedito levantado. Manejar por la noche, solo, no me gusta, me aburro y me duermo y tengo que estar, como sea, a primera hora de la mañana en Guichón. Quiero ganar el concurso. Si gano acá, me hago de un nombre y después, ¿quién te dice? Hasta Yanquilandia, no paro.  Ya me veo en Las Vegas, Memphis y después, ¡Graceland! Sabés quién vivía allí, ¿no?
—¿Michael Jackson…?
—¡Ese vivía  en Neverland! —gritó— ¡No podés confundir a Elvis, al Rey, con ese…! —Por unos segundos, mantuvo la cabeza apoyada sobre el volante, como tratando de tranquilizarse.
—Cuando subiste al auto noté la expresión de tu cara. La sorpresa y admiración cuando viste mi traje. ¿Sabés cuánto me costó mandar a hacerlo? Es seda y esto que parecen lentejuelas, no lo son. Mirá —dijo mientras buscaba algo en la solapa. De pronto, en su ropa se encendieron cientos de lucecitas que guiñaban como un árbol de navidad. ¿Y el peinado?, ¿y estas patillas…? ¡Es mi pelo!
—¡Claro! Solo bromeaba… Es increíble tu parecido.
—¡Ah, ya me parecía…! Disculpáme. Entonces, escuchá…
Love me tender,
Love me sweet,
Never let me go…
—Sí, es increíble tu parecido y cantás cómo él… Gracias por compartir conmigo tu arte.
Buscó en los ojos del otro un dejo de burla, alguna señal que le indicara que estaba mintiendo. Al no encontrarlo, apagó las guirnaldas de su traje y, con satisfacción, preguntó:
—¿De verdad te parece que soy bueno? ¿Qué puedo ganar el concurso?
—¡Claro! Sos muy bueno. De verdad.
—No es por parecer intransigente o engreído, pero no hay nadie que imite a Elvis como yo. Nadie…


Faltaban pocos metros para llegar a la carretera principal. Le había costado limpiar las salpicaduras de sangre de su ropa, pero ya estaba listo para volver a hacer dedo y llegar al concurso.
Tenías razón estúpido, eras muy bueno. Ahora sé que no tengo rival, pensó mientras contorneaba la pelvis y cantaba:
Be bop a lula
She´s my baby…