- DAGNNIA
Procedo de la Tribu Celta de Breogán, que dicen
tuvo su primer asentamiento en el Reino de Galiza, desde el cual posteriormente
partieron hacia Irlanda.
Poco se conoce de esa época, aunque si es sabido
que de madres a hijos eran transferidas oralmente hermosas leyendas y malos
conjuros. Algunos creen en ellos, otros no.
De los que hasta mí han llegado por el mismo
camino, voy a contaros la que creo más hermosa leyenda, en ella e se refleja,
el poderoso lazo que unía a los componentes de la Tribu y a su generosidad a
favor del bien común.
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“Al igual que las otras mujeres celtas, las de mi
Tribu tenían completa libertad de acción y elección. Eran buenas y fuertes
guerreras. Podían decidir si querían o no casar y con quien. Nada ni nadie las
podía obligar a unión alguna no deseada.
“Cuentan que eran buenas madres, de aguda mente,
intuitivas en grado sumo, certeras con las flechas y magníficas para cosechar
cuanto se les antojara plantar en la fructífera y roja tierra
“En los profundos valles de los ríos Sil y Lor, los
de “O Lar de Breogán”, plantaron viñedos, que daban fruto dulce y mejor zumo,
gracias a la cercanía del entonces rico caudal de ambos ríos.
“Sólo una cosa era más temida que la plaga del
gusano. El Hielo. Las heladas tempraneras de mediado el séptimo mes (ahora
denominado septiembre), podían causar estragos irreparables y arruinar toda la
cosecha.
“La llamaban - la helada negra- porque no dejaba
señal alguna de su paso. El contraste del calor diurno con el aire nuevo de la
madrugada elevaba de los ríos una niebla cargada de pequeños cristales que se
posaban suavemente sobre los granos de la vid, congelándolos y provocando su
muerte.
“Las mujeres, sabias en todo cuanto a ver tuviera
con nuevas formas de vida, eran las primeras en notar si la niebla madrugadora
portaba o no hielo. Dicen que lo notaban por su olor.
“Cuando tal caso se daba, poco o nada se podía
hacer, salvo llamar a reunión a los miembros de la Tribu y empezar a vendimiar
intentando ganarle el tiempo a la helada.
“Dicen también, que existió una mujer extrañamente
menuda para la complexión normal celta, de oscuros cabellos, aladas manos y
negros ojos. Tal era su gracia, inteligencia y belleza que sin hablar a todos
conquistaba y que cuando decidía por fin dejarse oír, su serena y profunda vez
convencía de todo cuanto decía a cualquiera que tuviera la suerte de
escucharla. Vivía sola nunca quiso casar con nadie, aunque participaba
activamente en todo cuanta actividad se llevaba a cabo.
“Un año y a lo largo de todo el quinto y sexto mes,
la vieron armar entre las vides una especie de plataformas, separadas a igual
distancia, y a las que una vez montadas embadurnaba con brea. Todos, con gran
curiosidad, la dejaron hacer, sabían que algún fin tendría tanto misterio.
“Empezaba a trabajar muy de mañana. Cuando el sol
calentaba con mayor fuerza ella se retiraba a su cabaña pasando el resto del
día hilando y tejiendo una fina tela blanca.
“Cuando creyó tener suficiente tela para su fin.
Bajo a las orillas de los ríos y recogió un buen número de las finas y fuertes
varillas de mimbre que allí crecían.
“Siguió trabajando en su cabaña. Dobló la mimbre
hasta formar lo que se podría entender hoy como una inmensa raqueta, pero sin
mango, envolviéndola con la fina tela blanca que ella misma había tejido. Justo
en el punto de unión, practicó un orificio en la tela por el que podía pasar la
mano del más grande de los hombres de la Tribu, formando una especie de guante
gracias al cual y con el invento calado hasta el codo podía dársele movimiento.
“Trabajaba afanosamente sin perder de vista ni el
sol ni, más importantes aún, los cambios de la luna.
“Un día, vieron como las almacenaba bien dispuestas
en la cabaña donde se guardaba el grano y la carne de caza. Tal parecía
haberlas colocado para se utilizadas en cualquier momento. Respetuosa la gente
de la Tribu nada preguntó. Esperaban.
“Cuando la luna estaba en cuarto menguante del
séptimo mes, una noche, se oyeron los gritos de la llamada. Caía la helada
sobre las viñas.
“Vestida sólo con una ligera túnica blanca, salió
corriendo de su cabaña Dagnnia, ése era el nombre de la bella y pequeña mujer
atrajo a todos los
habitantes de la Tribu, con fuertes y potentes silbidos hacia el almacén.
habitantes de la Tribu, con fuertes y potentes silbidos hacia el almacén.
“Todos acudieron. Asombrados vieron como repartía
entre ellos dos de aquéllas cosas, reservándose un par para ella.
“Apresuradamente los mandó coger la tea que siempre
permanecía encendida en la puerta de cada choza, a fin de evitar visitas no
deseadas de alimañas y malos espíritus.
“Todos la obedecieron, tal era su credibilidad que
nadie dudó en seguirla corriendo hacía las viñas.
“Lo primero que hizo Dagnnia fue prender fuego en
la primera plataforma ordenando a los demás que siguieran su ejemplo hasta
encenderlas todas.
“Una vez encendidas les ordenó que se dispersaran
entre las vides, formando hileras. Colocó el extraño artefacto, uno en cada
brazo mostrando a los demás como debían hacerlo mientras explicaba:
- Miradme bien y haced lo mismo que yo. Alzad los
brazos y agitarlos suavemente, intentando que el calor de las antorchas no se
eleve y se pose en las uvas.
“Todos miraban pasmados la facilidad con que ella
agitaba aquellas… “alas”, e imitándola empezaron a dar manotazos sin ton ni
son, como si fueran aspas de molino.
Ella, girándose, al verlos, rio suavemente y les
dijo:
- Así no, ¿Os habéis fijado en el vuelo de las
mariposas? pues intentad hacerlo igual, suavemente y a un ritmo constante.
¡Cómo si fuerais mariposas!
“Poco a poco, todos al fin atinaron a imitar sus
movimientos, dando lugar sin saberlo a uno de los espectáculos más bellos hasta
entonces visto.
“Las antorchas con su fuego y ellos agitando las
blancas alas entre las vides, producían un efecto tan bello como si miles de
mariposas a la vez volaran sobre ellas.
“A partir de aquél año, y salvo algún que otro
contratiempo, ninguna cosecha se perdió por culpa del hielo.
“Cuentan que Dagnnia no murió, simplemente un día
dejaron de verla. Como si en la madre tierra se hubiera diluido.
Hoy en día, los más ancianos del país, avisan
cuando ven cerca del anochecer mariposas blancas volando sobre las viñas.
Aseguran que es señal inequívoca de que el tiempo de la vendimia ha llegado
porque anda cerca la negra helada.
Así es como les avisa Dagnnia.
Como siempre un placer leer tus relatos. Un beso
ResponderEliminarGracias mi tesoro coruñés. Daría
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