viernes, 12 de mayo de 2017

Bajo la luz de los satélites



A Juan le parecía que su vida se había vuelto vacía, casi enciclopédica.
como cada mañana se vio al espejo y se notó más pálido
Al mirarse con ojos críticos
recordó que había querido ser músico
Golpear los tambores como un héroe
y dejar su sangre en ellos para su público
En una misa le gritó al párroco
que era solo un viejo zángano
después de eso se volvió nómade
siempre había odiado sentirse súbdito
Ahora, pasaba las noches mirando películas,
Y de tanto en tanto tomaba cápsulas.
Cansado de visitar prostíbulos
De tener una vida de plástico
fue hasta la rambla a esperar el crepúsculo

Esa noche la vio en la calle, esperaba la luz del semáforo
Se le acerco tímido
sintiéndose frágil como un pájaro
la miró fijo, pensando en usar bien la semántica.
Sin saber cómo, empezó a usar su francés académico

*Pendant des années, je pense à vous. Je vous ai dans ma tête. 
Bien que maintenant ne me reconnaîtra pas, très bientôt je serai l'homme de vos rêves.
 
Su nombre era Verónica
Tenía una mirada diáfana
y una sonrisa onírica
La hora era perfecta para un paréntesis
Hablaron sin cuidar la gramática
Reían de forma estúpida
cuando miraban el cielo buscando a Andrómeda
y se abrazaban con los relámpagos
 Soñaban con una vida de fabula
mientras se amaban hasta las células

Al fin Juan, tenía una cómplice
que cambiaba su vida insípida
y variaba todos sus hábitos
Había olvidado las feas gárgolas
Ahora tenía sueños románticos
y no pensaba más en su lápida.


*Hace años que te imagino, que te tengo en mi cabeza y aunque ahora no me reconozcas, muy pronto seré el hombre de tus sueños.

Antes de llegar



Su mirada lánguida, parecía perdida en quién sabe que confín de sus pensamientos, tamborileaba sobre el volante lentamente al son de una melodía que solo ella escuchaba. Tal vez cantaba sobre un escenario donde el plateado y el negro resaltaban su figura alta, estilizada, solo iluminada por un foco que destacaba su belleza en la penumbra del lugar.

Esperá y todo va a solucionarse, dijo un amigo al que me animé a contarle que nuestra relación parecía terminarse. Resiliencia, sentenció el puto sicólogo y su perorata absurda como solución.

Caminé los pocos metros que me separaban del auto y entré. Sentí que sus ojos me regalaban una mirada silenciosa que no devolví, sabedor de que ellos eran una trampa en la que no dejaba de caer. Eran una puerta de entrada a sus pensamientos, pero cerrada.

Solo dije: Vamos

Pronto dejamos atrás la ciudad y nos zambullimos en la negrura de la carretera, las luces rompían por unos instantes la intimidad de los árboles dormidos que marcaban la ruta.

Tomaba la palanca de cambio con firmeza y eso me permitía sentir su piel rozando mi brazo y el calor que él emanaba, me hacía vibrar.

—¿No me vas a hablar?— dijo sin sacar sus ojos de la carretera.

Al fin me atreví a mirarla. Miré la pierna que escapaba generosa por el tajo de su vestido y el perfil de su rostro.

—Sé que no te hace gracia ir a la fiesta por un compromiso. Fingir que estamos bien…

—Ya estamos cerca —dije volviendo a mirar la ruta— y fingir, ¿no lo hicimos siempre? Estás muy linda como para no ir.

—Nunca fingí…

El silencio volvió a adueñarse del viaje y la velocidad a bajar.

—Podemos hacer otra cosa.

—¿Cómo qué?

Solo señaló un cartel que decía: Hotel a 500 metros

Quise gritar que sí, que nos olvidáramos de todo. Darnos otra oportunidad. Solo yo sabía cómo la deseaba, cómo quería recomponer lo perdido, pero ¿y lo demás…?  ¿Podríamos olvidarlo? No creía en segundas oportunidades, en volver a unir los pedazos…

El cartel ya estaba lejos

Solo dije:

—Volvé