LOS DESTINOS
SENTIMENTALES
Miré el reloj y confirmé
el horario. En 30 minutos estaría en viaje. Saque el boleto y me senté en el primer
banco vacío. Abrí el portafolio y me dispuse a leer el cuento que estaba preparando.
Quizás antes de leerlo en el taller debería hacer un cambio. Se debe escribir
con sangre y corregir con seso, me dijo un profesor de literatura del Liceo.
Un par de perros
comenzaron a corretear por el andén. Uno de ellos se detuvo para olfatear unas cajas de madera y desde una
ventana de la estación salió algo que da sobre el lomo del perro. Aullando de
dolor, corrió por el andén y se reunió con su compañero. Juntos cruzaron las
vías y se perdieron. La brisa tibia de primavera movía las primeras margaritas
salvajes. Los techos ampliaban el arrullo de algunas palomas.
El tren se anuncia con
el silbato y el movimiento aumenta en la estación. Un par de funcionarios con
un carrito de mano cargan cajas en el tren. Subo, encuentro un asiento cercano
a la puerta con ventana al andén. Anoche
no dormí lo suficiente terminando el análisis de un proceso industrial, y en la
tibieza de este Sol podría dormir, voy hasta el destino y siempre avisan y
revisan cuando llega a Central. Me acomodo lo mejor posible para el segundo
despertar del día.
Me despierta una mujer
que ingresa al vagón y se sienta frente a mí. Miro la estación y estamos a
mitad del viaje a Montevideo. Soy tímido con las mujeres y por eso no puedo
mirarlas atrevidamente como hacen otros congéneres. Pero la veo conocida.
Trato de mirarla con
escaso interés. Está con lentes de sol, como yo. Silvia! Es Silvia? Si es Silvia! Silvia… no me reconoció? He
perdido bastante peso, me saqué la barba y ahora uso el pelo más corto. Buenos
días le digo para escuchar su voz y ella escuche la mía. Me responde
formalmente, pero con tensión. Por Dios, es Silvia.
Como no me reconoce?
No querrá darse cuenta? Estará aún dolida?
Se puede entender su
actitud. La última vez que salimos, es lo que más vivamente recuerdo. Es como
si todo lo que hicimos como compañeros de trabajo, como amigos, estuviera
perdido en una densa niebla. Siempre recodaré la última noche que la vi. Me
invito al cine. El cine es una de mis aficiones y no lo habíamos disfrutado
juntos. Acepté la invitación con inexplicable incomodidad, luego que mencionó
el título: “Los destinos sentimentales”
Durante la película
reprimí algunos gestos, que surgían espontáneamente. Como dejar caer mi mano
cerca de la suya. Solo una vez, aproximé mis labios a su oído y dije: “Que
hermosos lugares” otras palabras quería pronunciar. “Puedo amarte más que
cualquiera de estos personajes” Me sentí
perturbado, como esperando algo inminente, luego logré sumergirme en la
película.
Salimos de Cinemateca
y ella tomó rumbo a Ciudad Vieja, mi barrio.
Caminamos por Dieciocho, hablando de la película, luego de algunas
cuadras, dijo: “Vamos a tu apartamento” Escuchar esto me paralizó, casi dejo de
caminar, pero hice un esfuerzo y continué. No era un idiota insensible.
Percibía las señales, sabía que estaba dispuesta a lanzarse, a saltar de esta
amistad a lo que resultara. Para los sentimientos las mujeres son más
valientes. Me atreví y nos imaginé en el apartamento. Imaginé abrazarla, sentir
su piel, besarla.... Un dolor antiguo me defendió. No podría soportarlo otra
vez. El pánico me paralizó. No sé como pude hablar. No sé como inventé
cualquier excusa. Habría terminado algo
seguro que conocíamos, habríamos saltado a lo desconocido. No quería perderla,
arriesgarme. Me dijo que mañana debía levantarse temprano y en un momento tomó
un taxi. Esa noche la perdí. Nunca más
respondió mis llamadas. El destino también se define por las oportunidades, incluso, las
que dejamos pasar.
Algunas veces imaginaba que la encontraba, tenía
la oportunidad de abrirme, contarle, y me perdonaba la cobardía. Un pitido
terminó con mis pensamientos y anunciaba que el tren partía. Ahora lo haría, me
atrevería, no la perdería. Sentí mucho calor, y tragué saliva con dificultad. Silvia se levantó al mismo tiempo que tomé la
decisión de hablar. Quedé con la boca entreabierta mirando como salía por la
puerta del vagón. Giré mi cabeza y Silvia caminaba por el andén. Me sentí sin fuerzas, flojo, paralizado, quedé sentado. El tren
comenzaba a moverse otra vez.
Era la tercera o
cuarta vez que leía el cuento, me pareció que así estaba bien No lo tocaría
más. Metí el cuaderno en el portafolio y me dispuse a subir al ómnibus.
16/10/10
Que pena, siento hasta dolor por dejar pasar esta oportunidad. Me gusta el ambiente que has descrito. Un beso
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