lunes, 18 de marzo de 2013

Novelistas Invitados José María Monza



LOS DESTINOS SENTIMENTALES


Miré el reloj y confirmé el horario. En 30 minutos estaría en viaje. Saque el boleto y me senté en el primer banco vacío. Abrí el portafolio y me dispuse a leer el cuento que estaba preparando. Quizás antes de leerlo en el taller debería hacer un cambio. Se debe escribir con sangre y corregir con seso, me dijo un profesor de literatura del Liceo.
Un par de perros comenzaron a corretear por el andén. Uno de ellos se detuvo para  olfatear unas cajas de madera y desde una ventana de la estación salió algo que da sobre el lomo del perro. Aullando de dolor, corrió por el andén y se reunió con su compañero. Juntos cruzaron las vías y se perdieron. La brisa tibia de primavera movía las primeras margaritas salvajes. Los techos ampliaban el arrullo de algunas  palomas.

El tren se anuncia con el silbato y el movimiento aumenta en la estación. Un par de funcionarios con un carrito de mano cargan cajas en el tren. Subo, encuentro un asiento cercano a la puerta con ventana al andén.  Anoche no dormí lo suficiente terminando el análisis de un proceso industrial, y en la tibieza de este Sol podría dormir, voy hasta el destino y siempre avisan y revisan cuando llega a Central. Me acomodo lo mejor posible para el segundo despertar del día.
Me despierta una mujer que ingresa al vagón y se sienta frente a mí. Miro la estación y estamos a mitad del viaje a Montevideo. Soy tímido con las mujeres y por eso no puedo mirarlas atrevidamente como hacen otros congéneres. Pero la veo conocida.
Trato de mirarla con escaso interés. Está con lentes de sol, como yo. Silvia! Es Silvia?  Si es Silvia! Silvia… no me reconoció? He perdido bastante peso, me saqué la barba y ahora uso el pelo más corto. Buenos días le digo para escuchar su voz y ella escuche la mía. Me responde formalmente, pero con tensión. Por Dios, es Silvia.
Como no me reconoce? No querrá darse cuenta? Estará aún dolida?
Se puede entender su actitud. La última vez que salimos, es lo que más vivamente recuerdo. Es como si todo lo que hicimos como compañeros de trabajo, como amigos, estuviera perdido en una densa niebla. Siempre recodaré la última noche que la vi. Me invito al cine. El cine es una de mis aficiones y no lo habíamos disfrutado juntos. Acepté la invitación con inexplicable incomodidad, luego que mencionó el título: “Los destinos sentimentales”
Durante la película reprimí algunos gestos, que surgían espontáneamente. Como dejar caer mi mano cerca de la suya. Solo una vez, aproximé mis labios a su oído y dije: “Que hermosos lugares” otras palabras quería pronunciar. “Puedo amarte más que cualquiera de estos personajes”  Me sentí perturbado, como esperando algo inminente, luego logré sumergirme en la película.
Salimos de Cinemateca y ella tomó rumbo a Ciudad Vieja, mi barrio.  Caminamos por Dieciocho, hablando de la película, luego de algunas cuadras, dijo: “Vamos a tu apartamento” Escuchar esto me paralizó, casi dejo de caminar, pero hice un esfuerzo y continué. No era un idiota insensible. Percibía las señales, sabía que estaba dispuesta a lanzarse, a saltar de esta amistad a lo que resultara. Para los sentimientos las mujeres son más valientes. Me atreví y nos imaginé en el apartamento. Imaginé abrazarla, sentir su piel, besarla.... Un dolor antiguo me defendió. No podría soportarlo otra vez. El pánico me paralizó. No sé como pude hablar. No sé como inventé cualquier excusa.  Habría terminado algo seguro que conocíamos, habríamos saltado a lo desconocido. No quería perderla, arriesgarme. Me dijo que mañana debía levantarse temprano y en un momento tomó un taxi.  Esa noche la perdí. Nunca más respondió mis llamadas. El destino también se define por las oportunidades, incluso, las que dejamos pasar.
 Algunas veces imaginaba que la encontraba, tenía la oportunidad de abrirme, contarle, y me perdonaba la cobardía. Un pitido terminó con mis pensamientos y anunciaba que el tren partía. Ahora lo haría, me atrevería, no la perdería. Sentí mucho calor, y tragué saliva con dificultad.  Silvia se levantó al mismo tiempo que tomé la decisión de hablar. Quedé con la boca entreabierta mirando como salía por la puerta del vagón. Giré mi cabeza y Silvia caminaba por el andén. Me sentí sin fuerzas, flojo, paralizado, quedé sentado. El tren comenzaba a moverse otra vez.

Era la tercera o cuarta vez que leía el cuento, me pareció que así estaba bien No lo tocaría más. Metí el cuaderno en el portafolio y me dispuse a subir al ómnibus.
 16/10/10
José Monza.

1 comentario:

  1. Que pena, siento hasta dolor por dejar pasar esta oportunidad. Me gusta el ambiente que has descrito. Un beso

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