viernes, 25 de enero de 2013

La increíble historia de Tulsa McClean



Unas semanas atrás, los mejore cirujanos plásticos que el dinero puede comprar habían operado su nariz y pómulos. Luego, afeitó sus patillas y tiñó su cabello de castaño claro. Por último se calzó unas gafas de montura ordinaria. Se miró en el espejo que cubría la totalidad de una de las paredes de su dormitorio. Lo que le devolvió la imagen no le agradó, pero quedó conforme. Con ropas adecuadas, nadie lo reconocería. Se vistió y levantó el teléfono, luego de discar solo dijo:
—Diamond, estoy listo.
Dos horas después, en un apartado aeropuerto de las afueras de Las Vegas, los amigos se despedían.
—Ya puedes hacerlo Joe, llama a la prensa y diles que estoy muerto.
—¿Estás seguro? Todavía podemos detenerlo.
—Nunca estuve tan seguro de algo. Ahora soy Tulsa McClean.
Diamond Joe esperó hasta que el avión desapareció entre las nubes. No tendría que fingir la pérdida del amigo; realmente la sentía.
En Texas, entre Balmorhea y la interestatal 10, Tulsa había comprado un lujoso rancho. Allí pensaba desintoxicarse, adelgazar y, sobre todo: ensayar, plasmar los sonidos que tenía en la cabeza. Hacer su música. Esos eran los primeros pasos de su plan.
A los pocos meses su físico era otro, y después de mucho sacrificio y deseos de abandonar todo, ya no necesitaba de pastillas. Las complicaciones venían por el lado de los músicos. No lograba que captaran la esencia de lo que deseaba. Le hacía falta alguien que entendiera lo que él quería y a la vez, transmitirla a los ejecutantes. Inmediatamente supo quién era ese hombre. George Martin hizo maravillas con The Beatles, y si bien estaba viejo, era su única opción.
El productor no pudo rechazar la oferta, y pronto se unió al equipo. Inmediatamente se notaron los resultados. Ahora hacía falta rodaje, tocar en público. Y que mejor lugar que la taberna de Tulli, de la que Tulsa era fiel parroquiano desde que había llegado al lugar. El bar estaba ubicado al borde de la ruta, a pocos kilómetros del rancho. Sólo una gasolinera y un motel le hacían compañía. Era frecuentado por camioneros y trabajadores de la zona, y famoso por la amabilidad de las señoritas que allí trabajaban.
La noche del debut lo encontró sumamente nervioso. Ni siquiera los músicos que lo acompañaban, a pesar de su nula experiencia, lo estaban tanto como él. Ya sobre el escenario, y con su música abrasándolo, olvidó todo y se entregó. Las primeras canciones se tocaron sin pausa, una tras otra. Cuando el baterista dio el último golpe a su tambor, un silencio sepulcral invadió el recinto, para instantes después, estallar en aplausos y gritos. Inmediatamente el aliviado Tulsa McClean dio la orden de seguir. No quería darles respiro.
A partir de ese momento, la taberna de Tulli se atiborraba de público cuando la banda tocaba. Incluso llegaban de poblaciones cercanas ansiosos por escuchar el descontrolado nuevo ritmo.
Una noche llegó a la ya famosa taberna, un joven periodista de la Rolling Stone magazine, deseoso de comprobar si eran verdad los rumores que había escuchado. Lo que vio a su alrededor no le gustó. Camioneros, vaqueros, chicas con jeans cortados mostrando el culo, viejas gordas, y sobre todo mucha excitación. Otro pueblerino pensó, y decidió marcharse. Cuando estaba a punto de subir a su coche, escuchó el griterío de la muchedumbre y los primeros acordes de la banda de Tulsa McClean. Luego de unos segundos, como una rata tras el flautista, corrió al interior de la taberna.
Al mes siguiente, Tulsa era portada de la revista.
A partir de ese momento todo se volvió incontrolable. Giras mundiales, películas, romances con famosas actrices, escándalos. La Tulsa manía invadió el mundo. En el punto más alto de su carrera Tulsa McClean fue hallado muerto en su bañera por Tulli Stevens, su amigo personal y manager.
A cientos de kilómetros del rancho, Diamond Joe Esposito seguía la noticia que era transmitida en cadena nacional. La mueca de tristeza que en un principio se le dibujó en la cara, rápidamente se transformó en sonrisa, y ésta en carcajada.
—¡Volviste a hacerlo, maldito bastardo! ¿Cómo te llamarás la próxima vez?... ¿Es que nadie se da cuenta qué sólo Elvis Presley es capaz de cambiar al mundo dos veces?



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