lunes, 14 de enero de 2013

CAUSA Y EFECTO 3



3
Al otro día me llevaron a declarar ante el juez. Otra vez a contar todo, sin omitir ningún detalle. El informe del forense, las huellas en el arma, y la declaración de algún vecino que se atrevió a contar cómo habían sido las cosas, convencieron al juez que decía la verdad. Defensa propia, sentenció. Cuando salía del juzgado, una voz conocida me llamó.
—¡Julián! Julián Negro.
Giré, sospechando quién podía ser. Era Gutiérrez. El policía por el cual pedí en varias oportunidades. El que se había criado conmigo, el que alguna vez fue mi amigo, pero que hacía muchos años que no veía. Estaba gordo y pelado, y tal vez si me lo hubiera cruzado en la calle no lo habría reconocido. Cuando estaba muy cerca abrió los brazos como para abrazarme. El golpe que le di, lo dejó sentado en el suelo.
Si me lo hubiera cruzado en la calle no lo habría reconocido. Excepto por su voz, que era la del “nuevo” en el interrogatorio. Odiaba que cualquier culo roto, me tocara la cara.
4
La lluvia golpeaba el parabrisas del auto formando imágenes raras, breves. La humedad se había ido y el invierno volvía golpear sin piedad. Miré al otro lado d
e la carretera, y recordé el calor y esa sensación de incertidumbre y entusiasmo que acompaña los viajes de ida. Ahora, a medida que desandaba el camino, tenía todo el puto tiempo del mundo para pensar. Imaginaba cada una de las razones por las que Laura no debió morir. Pero ya era tarde. El culpable material, lo había pagado. Todavía veo el terror dibujado en su cara cuando entendió que iba a morir. Todavía escucho sus gemidos pidiendo por su vida, y el sonido seco, apagado por nuestros cuerpos cuando, sin piedad, apreté el gatillo mirándolo a los ojos. El asqueroso gorjeo que salía de su boca, junto con su sangre negra, espesa…
—¡Moríte de una vez! ¡Hijo de puta!
Al fin me incorporé y puse el arma ensangrentada y aún humeante bajo su mano.
Detrás, la ciudad continuaba con su rutina indiferente. De manera inexorable, sus letreros de neón, las putas, y los putos padres de las putas, y los fiolos, y los policías… seguirían con su vida vacía, decadente. Como yo. A mi lado, como toda compañía, un lienzo, pequeño pero pintado con colores vibrantes y pinceladas seguras,
representaba un jardín florido, y un árbol del que colgaba una hamaca vacía. Un deseo. Un recuerdo. Nunca lo sabría.
El camino a casa es largo. Y la culpa no es una buena compañera de viaje.
 

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