martes, 15 de enero de 2013

CAUSA Y EFECTO 2

2
Abrí la puerta. A poco más de un metro había otra, pero acolchonada, seguramente para evitar quejas de los vecinos. La empujé, y una escalera, no muy amplia, conducía a un sótano. Las paredes estaban pintadas de un rojo rabioso al igual que los peldaños. A medida que descendía, la voz cascada de un viejo blusero me envolvía con su lamento cadencioso. Abajo estaba peor que afuera, el ambiente estaba más pesado y cargado de olores que no podía identificar bien, pero que me recordaban el de la alfombra sucia de los viejos cines de barrio. Una nube de humo de cigarrillos, apenas dejaba ver las luces de unas lámparas que estaban cubiertas por unas pantallas, obviamente, rojas. El lugar estaba lleno, y el público era variado, pero todos estaban de acuerdo en que iban a dejar su dinero entre las piernas de alguna de las chicas que se paseaban sin pudor por el lugar. Poca luz, mucho ruido y ni una mesa libre. Sin embargo, en la barra había lugar para elegir. Me senté en el extremo más cercano a la tarima, sobre ella dos chicas bailaban mientras se sacaban la poca ropa que les quedaba. No pude mirarlas, estaba buscando a Laura, y no podía ubicarla. Solo deseaba que no se hubiera ido. Enseguida se me acercó el barman, un veterano alto con cara de haber dormido poco. Le pedí un whisky, y un vaso de agua fría. Me lo sirvió junto con un intento de conversación sobre el estado del tiempo. Enseguida renunció. Mis ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra, y podía distinguir con más detalle las caras. En una de las mesas dos damas regordetas tenían rodeados a dos chinos que no dejaban de reírse, seguramente por lo que decía uno de ellos mientras le agarraba una teta inmensa a la que estaba a su lado, y la subía, y la bajaba como tomándole el peso. Aplausos, y algún que otro aullido, anunciaban el final de la actuación. Casi de inmediato Love in vain, comenzó a sonar en el escenario, y como no me imaginaba de qué forma podía alguien desnudarse con esa canción, giré en mi taburete y me dispuse a mirar el acto. Una chica, vestida y peinada como una colegiala, estaba parada con una valija en su mano. Solo una fuerte luz lateral la iluminaba, y hacía brillar los cristales de los lentes que tenía puestos. Apoyó la maleta en el piso, y mientras bailaba ayudada por el caño, comenzó a desabrochar su camisa. Sus movimientos denotaban viejos estudios de danza clásica mezclados con los clásicos de las streapers. Al fin, la arrancó mostrando sus pechos divididos por la corbata. Se sentó sobre la valija, y lentamente, separó las piernas mientras subía su falda. El negro opaco de sus medias de seda, contrastaba con la blancura de su ropa interior, y de sus piernas largas, tentadoras. Con un movimiento estudiado, introdujo sus manos por debajo de la pollera, y se quitó la bombacha. Inmediatamente se puso de pie, y comenzó a bajar la cremallera de su falda. De espaldas al público, abre la prenda, que como un abanico gigantesco le cubre el culo. Ya en el final de la canción, levanta sus brazos y suelta la falda. La luz se apaga. Tan solo un instante de desnudez alcanzó. Me alcanzó. El colmo del erotismo en poco más de tres minutos. Sin pensarlo, me paro, y aplaudo semejante acto. Soy el único. El resto de los que unos instantes atrás ni siquiera pestañeaban para no perder detalle, comienzan a abuchearla pidiendo más carne.
Me acodé en la barra, encendí un cigarrillo, y despreocupadamente pedí otro whisky, esta vez, doble. La había encontrado. La escolar, era Laura. Tan solo tenía que esperar y abordarla. Pero no fue necesario. Después de unos minutos, fue ella la que se acercó a mí.
—Gracias por tu aplauso —dijo a mis espaldas.
La miré antes de contestarle. Ya no lucía su camiseta de la Velvet Underground, ahora llevaba una blusa sumamente escotada. Una minifalda negra, y botas que superaban sus rodillas, del mismo color. Ahora, estaba uniformada de puta. Tenía la boca grande, y se había pintado los labios de rojo oscuro. Sus ojos eran verdes, ligeramente rasgados, y los había maquillado con un tono similar. El pelo, muy negro, apenas le llegaba al cuello. Recordé su foto, y lo que me pasaba al mirarla. Y lo entendí.
—Sentáte —. Fue todo lo que se me ocurrió decir.
Después de las clásicas trivialidades, la charla se dio fluida, amena. Era una chica muy agradable y simpática, de risa fácil. Hablamos de música, de arte. Quería ser pintora, y para ello estudiaba. Estábamos teniendo una conversación realmente demasiado… normal para lo que era la situación…
—¿Y cuál era esa situación? —Interrumpió “Piña veloz”.
—¿Cuál era la situación? Cabaret, puta, cliente. Ni yo le contaba lo infeliz que era con mi mujer, ni ella me contaba su triste infancia, ni por qué…
—¡Les dije que tenía cara de cornudo! —Exclamó, largando una carcajada.
No contesté. Preferí guardarme el insulto que estaba a punto de soltar.
—¿Y ahí le dijiste los motivos por los que la buscabas? —preguntó “El nuevo”.
—No. No me parecía adecuado ni el momento, ni el lugar.
—Seguí.
—Como decía, hasta ahí iba todo bien, hasta que se acercó un tipo, bien vestido. Ropa cara, pero de muy mal gusto. Peinado con gomina, y el bigote finito. Por la expresión de la cara, estaba muy enojado. No sé si era el dueño del local, su fiolo, o quién carajo era, pero venía hacia nosotros como un huracán.
—¡Te estaba buscando, estúpida! —Fue lo primero que le espetó —. ¡Vamos! Te está esperando un amigo. Y agradecé que, después de ese baile de mierda que hiciste, todavía quiera pagarte —dijo dándose la vuelta.
—Pero, Julio… ahora estoy con un cliente.
—El tal Julio, se paró en seco. Dio la vuelta, y apoyó las manos sobre la barra.
—Mirá putita barata, si yo te digo que vengas conmigo; venís sin rechistar —dijo sin gritar, pero masticando las palabras—. Y si este es tu cliente, no te preocupes. Ya se va. —¿No es cierto qué ya te vas? —Más que una pregunta, fue una afirmación que terminó con unos suaves golpecitos de su mano en mi cara.
—No soy un héroe de putas, ni defensor de causas perdidas. Pero si hay algo que no soporto, es que cualquier culo roto, me toque la cara. Lo último que recuerdo es sentir mi mano, todavía con el vaso en ella, salir disparada como una catapulta hacia su cara. Después, todo rojo, solo un manto rojo cubriéndome los ojos. Recuperé la conciencia cuando empecé a escuchar, primero muy a lo lejos unos gritos que no entendía que decían, y alguien que tiraba de mí.
—¡Dejálo, no vale la pena, dejálo! —gritaba la chica, muy cerca de mi oído.
Lo primero que vi fue su cara completamente ensangrentada, y a mí, sentado encima de él pegándole. Me dejé llevar por las manos de Laura, y me levanté. Nadie se percató de lo que había sucedido en ese rincón oscuro de la barra. La estrella del local, estaba en la mejor parte de su actuación, y nadie quería perdérselo.
—¡Vamos! —me dijo Laura, arrastrándome del brazo. Al pasar junto al cuerpo de Julio, no se contuvo, y le dio una patada largamente contenida.
—Rápidamente, salimos del lugar. Siempre mirando hacia atrás, cruzamos la calle, y entramos en el hotel. No nos cruzamos con nadie, y nadie salió del Sea Shell.

Al entrar al hotel, saludó al conserje con una sonrisa, yo, con un ligero movimiento de cabeza. No me había soltado el brazo desde que escapamos del cabaret, y así subimos la escalera. Apenas entramos, la chica me abrazó e inmediatamente sentí su lengua buscando la mía. Devolví la caricia, la aparté, y me quité el saco. Sentía la camisa pegada al cuerpo. Acerqué la silla a la ventana, me senté y encendí un cigarrillo mientras ella, parada frente a mí, esperaba. Comenzó a quitarse la ropa, lentamente, sin sacarme los ojos de encima. Sus padres me habían pagado para hallarla, no para cogerla. Era el momento de decírselo. Se quitó el sostén, y sus pechos pequeños, desafiantes, de pezones inflamados, me retaron. Debía ser muy cauteloso en la manera de explicarle, ahora con más razón, que debía volver conmigo. Sólo le quedaban sus botas y el biquini, tentadoramente minúsculo. Indirectamente… ella es una clienta, no podía, no debía engañarla. Las luces rojas del cartel jugaban con su piel dibujando curvas misteriosas. Lentamente comenzó a bajarse la última prenda.
—¡No! ¡Esperá…! —dije decidido— dejáme hacerlo a mí.
Pasamos horas rompiendo las reglas no escritas de la calle lamiendo nuestros sudores mezclados, sin importarnos otra cosa que nuestros cuerpos. Puede sonar estúpido, o una locura, pero ya no me importaban los motivos que me habían llevado a ella. Debía volver conmigo. No solo porque me gustaba. Conocía la calaña de los tipos como el del bar, y estaba seguro que no se iba a quedar tranquilo hasta que pudiera tomar revancha. En un descanso, le dije que me iba a primera hora de la mañana. Le expliqué que era peligroso quedarse, que quería que viajara conmigo. Para mi sorpresa, accedió sin necesidad de insistir.
Cuando desperté, ella no estaba. Rápidamente, me vestí y bajé. El conserje se estaba yendo, y lo agarré en la puerta.
—¡¿Dónde fue la chica qué estaba conmigo?! ¡Sé qué la conocés bien! ¡¿Dónde fue?!
No me contestaba, solo me miraba como dudando. Lo tomé de las solapas, y lo empujé contra la pared.
—¡¿Dónde?! —repetí.
—Fue a su casa, a buscar ropa. Me dijo que se iba.
Lo metí de prepo en el coche para que me guiara. Era cerca. Un viejo edificio de tres pisos en muy mal estado. Subí la escalera saltando los peldaños de tres en tres. Al fin encontré su puerta. Intenté abrirla, pero estaba cerrada. Golpeé con fuerza insistentemente mientras gritaba su nombre. Pegué la oreja contra ella, dentro se escuchaban sonidos leves, apresurados. No esperé más y la pateé. Solo crujió. Insistí con la fuerza que me daba la desesperación. Al fin, abrió con un estruendo. El cuarto era pequeño, y lo primero que vi al entrar eran los bastidores de sus cuadros desparramados en el piso. Luego, la cama. Sobre ella, el cuerpo de Laura descansaba en una posición extraña. Corrí hacia la chica. Aún tenía los pantalones puestos, pero bajos hasta las rodillas. Arriba, nada. Una mano cubría parcialmente su rostro, me incliné para quitársela, pero un golpe en mi nuca me recriminó lo descuidado que había sido. Caí sobre ella, y él, sobre mí golpeándome las costillas con ambos puños. Lo único que atiné a hacer fue apoyar mis manos sobre el colchón, y con todas mis fuerzas, tirar la espalda hacia atrás.
Mi cabeza se estrelló contra su cara. Di la vuelta como pude, y lo vi agarrándose la nariz mientras la sangre se escurría entre sus dedos. Tambaleándose, se levantó antes que yo, y comenzó a buscar algo por el suelo. Como pude, me tiré encima de él y forcejeamos. En su mano derecha una automática brillaba dispuesta a terminar   definitivamente con la pelea. Agarré con ambas manos la suya, mientras el me golpeaba con la que tenía libre. Pero no podía hacerlo con toda su fuerza por que su cuerpo estaba casi contra la pared. Le golpeé la cara con mi codo tratando de acertarle a la herida que le había hecho la noche anterior. Mientras luchábamos…
—¡Le sacaste el arma y lo mataste!
—¡No! ¡Se disparó sola, mientras forcejeábamos! Esa es la verdad.
—¿Por qué, no puedo creerte? —Terminó como una sentencia “El Nuevo”

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