viernes, 15 de febrero de 2013

La chica de los ojos verde mar. Especial San Valentín.



Hola, querido amigo. ¿Cómo estás? No te imaginás todo lo que me pasó en estos dos meses en que no te escribí, pero permitime que te cuente:

Hace un tiempo estaba en la oficina, ya sabés, un poco trabajando, un poco bobeando,  cuando de pronto se abrió la puerta principal y entró la más hermosa chica que haya visto en mi vida. Me sentí como en una película, porque te aseguro que me pareció verla caminar en cámara lenta. Sus pasos largos y firmes, como sus piernas, hacían que su vestido blanco pareciera más etéreo.  Por un instante la diosa me miró y te aseguro, nunca voy a olvidarme de esos ojos verde mar. La película terminó cuando la puerta de la oficina del director se cerró tras ella.

—¿Quién es?— pregunté a unos compañeros que hace más tiempo que yo están en la empresa.

—¿La flaca? La hija del director.

—¿Qué, te gusta? Olvidate Pedro, ella nunca se fijaría en uno de nosotros. Además de antipática, está loca. —Dijo con total seguridad Adrián, que era el que conocía mejor la interna de la empresa.

—¿Por qué lo decís?

—Aparte de tener dinero propio, es hija del director.  Y fíjate que hace con su vida: Es activista por los derechos de los animales, practica deportes extremos y… ¡estudia ingeniería! Solo un loco, con su dinero haría esas cosas.

Todos los que estaban alrededor se rieron dándole la razón. Yo, me quedé esperando que la puerta se abriera para volverla a ver. Pero en algo tenían razón. Era un imposible.

A los pocos meses se celebró la fiesta anual de la empresa, ya sabés, Navidad, despedir el año, camaradería, esas cosas. Yo estaba con mi grupo de allegados, cuando se nos acercó el director y nos dijo:

—Caballeros, les quiero presentar a mi hija.

No la había visto, estaba oculta por su padre. Fue todo tan rápido que no pude evitar un ligero temblor nervioso. Por como venía la vuelta, yo sería el último.

En esos instantes que tuve que esperar, algo muy raro paso en mi interior. No sabría explicártelo. Fue como si un demonio se me incorporara sembrando locas ideas en mi cabeza. Ya era mi turno.

—Él es Pedro, mi hija, Martina.

Mientras me aproximaba hacia ella no podía dejar de mirar sus ojos verdes. El delicioso aroma de su cuerpo terminó de convencerme. Un beso en su mejilla derecha.

—Me encantaría… —susurré en su oído.

Un beso en su mejilla izquierda.

—…meterte un dedo en el culo —le susurré en el otro.

Volví a mi lugar en la rueda sin dejar de mirarla. Su expresión de asombro fue cambiando a una de enojo. Mientras, su padre nos contaba una repetida anécdota. Esperaba su explosión. En mi defensa siempre podía decir: Entendiste mal, dije que me encantaban tus rulos… Pero no, después de unos instantes, simplemente se marchó sin decir palabra. Casi inmediatamente lo hizo su padre.

—¿Y, es una antipática o no? —sentenció mi compañero. Preferí no contestar.

La fiesta siguió su curso. Música, mucha comida y mucha bebida. Salí al jardín a fumar un cigarrillo. La noche era tibia, y apenas se percibía el bullicio del interior, cuando de pronto sentí que tocaban con firmeza mi hombro. Antes de darme vuelta sabía de quién se trataba. Giré, y allí estaba, hermosa y enojada en su breve vestido negro. Nos quedamos observando unos segundos. No importaba lo que viniera. Ya no pasaría desapercibido en su vida.

—¿Quién te crees que sos para decirme lo que dijiste? ¿Cómo te atrevés?

—Soy un hombre, y vos una hermosa mujer. Y sos tan soberbia y malcriada, que tu mayor problema es que no permitís que nadie se atreva.

El primer cachetazo pude pararlo agarrando su muñeca, el segundo, llegó a destino. Después de un breve forcejeo pude sostenerle ambas manos en la espalda. Y volvimos a mirarnos, ahora muy cerca, demasiado cerca. La besé, corrió su cara, pero insistí. Al fin abrió su boca y sentí como su lengua buscaba la mía. Fuimos hasta su auto a los tumbos, besándonos desesperadamente.

—Manejá vos. —me dijo mientras me daba las llaves.

Mi casa no estaba lejos, conduje lo más rápido que pude, pero ella estaba ebria de deseo, más que yo.  Mientras me besaba el cuello, trataba de abrir la bragueta de mi pantalón. La ayudé, e inmediatamente sentí sus manos acariciándome. Luego su lengua, explorando mi verga, hasta que al fin se la metió toda en la boca. Dos veces estuve a punto de salirme del camino. O me concentraba en ella, o en la ruta. Estábamos cerca, elegí la ruta.

Ya en casa, nos arrancamos la ropa dándonos contra las paredes o lo que se pusiera adelante. Sabía que este primer encuentro marcaría el resto de nuestra relación. Antes de estar dentro de ella, tenía mucho que hacer. Y sin prisa me dediqué a ello.
Hace un mes que se mudó conmigo. Ahora voy a prepararle un buen desayuno y se lo voy a llevar a la cama. Es que hoy es San Valentín, y por si no te diste cuenta… estoy perdidamente enamorado de esta muchacha

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