UNA NUBE DE COLORES
Todo el mundo sabe lo que es una nube, de las personas que lo tienen
muy claro no voy a hablar. Será de las
que piensen que las nubes son edredones para que el sol se abrigue, sillones
aéreos para ir de excursión, regaderas automáticas, bolas de algodón para el
maquillaje de la luna, imágenes de cine para todos los públicos. Hablaré de
gente especial...es que, yo, vivo en una nube.
— ¡Nena, que vives en una nube! ¡Chica bájate de esa nube!— Me repiten
una y otra vez.
Y buen día decidí quedarme en ella, de la cual solo me apeo en momentos
muy especiales. Mi nube es de colores, tiene los que más me gustan, el azul,
malva, verde y destellos naranja. Me
permite observar todo lo que sucede a mí alrededor y no llamar mucho la
atención. Al principio lo pase mal, no tenía a quien contarle mis cosas, muchos
días me sentí sola.
Pasó el tiempo, y una mañana ocurrió algo extraordinario, conocí a dos
personas que como yo vivían en una nube. A Sonia, siempre muy ocupada y sin
tiempo para nada, sus hijos, el marido, la madre y la casa ocupaban todo su
día; y si algún momento le sobraba se iba de compras y a clases de baile. Me
gustó, irradiaba simpatía y me dije: ¡Ya tengo una amiga!
No habían pasado unos minutos cuando unos llantos interrumpieron mi
estrenada euforia. Sí, no hay duda alguien llora, y asomé despacito mi cabeza
para mirar hacia el suelo, a veces sucede que estoy tan a gusto en mi nube, que
se eleva y eleva sin darme cuenta, y volver a bajar es un arduo trabajo. El
llanto viene del parque ¡Es un niño, ¡¿qué le pasará?! Se le ve tan triste
sentado sobre el regazo de la estatua, y me dio la risa; había escogido el
regazo de la abuela en aquella talla que homenajeaba a los abuelos, el abuelo
ya sostenía sobre su pierna a un niño. Me acerqué para intentar saber la causa
de los lloros.
—Hola, ¿Te has perdido?—le dije sonriendo.
Al oírme, cesó en su llanto y bajando a toda prisa de su fabuloso
asiento, con su vocecita chillona gritó:
—¡Tú también estás en una nube!—Con los ojos todavía anegados en lágrimas.
—Sí—Contesté, ahogando una risita por su cómica cara de sorpresa.
—Es que se pasan el día diciéndome que estoy en una nube—me explicó— ¿Tú
y yo porqué nunca nos hemos encontrado?
—No sé—Dudé, era un niño, pero me dije que la verdad desde el principio
es lo mejor—Ya sabes cómo es la vida en las nubes, de arriba-abajo, luego si
hay corrientes de un lado a otro. Siempre observando a los demás y así no hay
manera de concentrarse en los que
tenemos a nuestro alrededor, y sin querer nos vamos alejando de los demás. ¿Cómo te llamas?
—Carlos—Bajó la cabeza—También me llaman Michelin, mira mi nube tan grande—Pero como todos los niños
enseguida pasó a otra cosa— ¿Puedo quedarme contigo y damos un paseo?
—Claro, daremos una buena caminata, creo que es lo que más le conviene
a tu hermosa nube. Haremos todos los días grandes paseos y así no tendrás
tiempo para llorar.
Se apostó a mí lado, y al mismo vuelo de nube comenzamos nuestra
amistad.
Así conocí en la misma mañana a una amiga para ir de compras y a un
amigo para hacer largas caminatas. Al día siguiente se lo presenté a Sonia, y a
partir de aquel momento comenzamos a hacer cosas los tres juntos y nos lo
pasamos muy bien. Pero a veces Carlos y yo acabábamos un poco estresados con
tanta tienda y bajábamos de nuestras
nubes para relajarnos un poco. Sonia es
muy activa y muy divertida, pero solo quiere ir de compras.
Una tarde en que Sonia llevó a su niño
al cine, nosotros decidimos ir a descansar a un gran parque que no
conocíamos. El sol calentaba pero los frondosos árboles nos hicieron una buena
sombra, nos tendimos en el mullido césped y dejamos que transcurriera el tiempo
observando el ir y venir de los demás. Y el asombro apareció, ya que por allí
paseaban cantidad de personas con nubes, jóvenes, mayores, niños, altos, bajos,
feos... ¿Cómo no nos enteramos antes? Me
puse en pie y Carlos de un salto lo estaba antes que yo; se dirigió al gentío a
toda prisa, ¡vaya! solo hace unos meses solía esperar por él para que me alcanzara,
y observándolo mientras se iba me percaté de la cantidad de peso que había
perdido, él, al ver que no lo seguía agitó las manos para que me diera prisa y
me llamó tortuga, y me reí con ganas.
—No te rías, esto es serio—Me dijo, creyendo que me reía de tanta nube,
y me di cuenta de que se estaba haciendo mayor— Tenemos que averiguar el por qué no los vimos hasta ahora.
Decidimos que lo más práctico era preguntarles directamente y
comenzamos por los jóvenes; y se encargó Carlos, lo hizo con timidez pero
descubrió que lo escuchaban y comenzó a charlar con ellos. Por supuesto ellos
no le veían ninguna nube. Uno hasta le aconsejo que dejara de hacer esas
preguntas, no fuera a molestar a alguien.
Pasamos a los mayores, por supuesto ahora me tocaba a mí. Fue fácil, la
mayoría ya sabían que estaban en una nube. Pero la mayoría comenzó a
preguntarme: ¿Tú estabas en una nube? ¿Cómo lograste deshacerte de ella?
Con las suyas, contestada mi pregunta, no veían mi nube. Decepcionados
y abrumados comenzamos el regreso. Mis pensamientos volvieron a todas las
preguntas que me habían hecho, y entonces comprendí que la mayoría, no querían
la vida entre nubes. Carlos callado, me miraba de reojo de vez en cuando. Así
que el osado silencio habló: Os tenéis el uno al otro. Oímos su susurro y
Carlos con gran ternura puso su brazo sobre mi hombro, y descubrí la amistad.
Ya estábamos a medio camino,
cuando a toda velocidad y agitando sus brazos
apareció Sonia, y muy enfadada
nos preguntó:
—¿Dónde habéis estado? Al salir del cine esperé por vosotros en el
centro comercial como habíamos quedamos.
Carlos, balbuceando, intentó dar una disculpa. Yo no era capaz, solo el
rubor en mi rostro descubría la vergüenza por haberme olvidado de ella.
—Estáis muy raros, ya no se qué pensar de vosotros, desde que dejasteis
de estar en las nubes no sois los
mismos.
Gracias por invitarme y poder estar aquí. Me gustan las nubes de colores con las que acompañas el relato. Un beso
ResponderEliminar