domingo, 31 de marzo de 2013

Maldita rutina


Era solo un día más, un maldito calco de ayer y una premonición de mañana. La obviedad en mi vida me estaba asustando. Despertador a las siete, baño y café. Pronto para salir siete veintiocho. Pocas cosas alteraban mi rutina. Lo más emocionante que me había pasado hoy era darme cuenta que me había olvidado de comprar papel multiuso, y que en su lugar había comprado dentífrico que todavía tenía. Salí de mi apartamento dos minutos antes de lo habitual porque quería evitar a mi pesado vecino y llamé al ascensor. Como todos los días sentí que paraba en el piso de arriba. Había fallado. Era Alberto. Y como todos los días desde hace seis meses, igual que una púa que se apoya en un viejo vinilo el me diría:
—Buen día, ¿a trabajar, no?
—Y sí…
—Un día más para la jubilación…
—Y sí…
 Se abrió la puerta y entré mirando al piso. Allí estaba su silueta apoyada en el espejo. Inmediatamente giré sobre mí mismo y puse el aparato en marcha. No quería darle chance a que cambiara nuestro dialogo a algo que me hiciera modificar mis respuestas. La puerta se cerró y comenzó el breve viaje de diez pisos. Pero había algo diferente a todas las mañanas. Un agradable y excitante perfume penetro en mi nariz. Y silencio. Gire lentamente la cabeza para mirar por el rabillo del ojo, y antes de terminar de hacerlo una encantadora voz femenina me dijo dulcemente:
 —Hola, Osvaldo, hacía tiempo que no te veía
 No podía dar crédito a mis ojos era Pamela, la vecina de piso de Alberto, y de la que yo estaba silenciosamente enamorado. ¡Y sabía mi nombre!
 —Buen día, ¿a trabajar, no? —Atiné a decir tontamente.
 —Y sí… —contestó bajando la mirada.
Por suerte llegamos a planta baja.

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