viernes, 5 de julio de 2013

Borracho hasta las pelotas

Era el atardecer de un domingo frío, triste. Hacía horas que estaba parado detrás de la ventana mirando sin ver. Anoche, después de hablar con ella, había tomado hasta quedar borracho como una cuba pensando que eso iba a anestesiarme, o tan siquiera ayudarme a entender. 
Es un secreto que no puedo cargar sola, me dijo mirándome con ojos que pedían ayuda. No necesité decirle que podía confiar en mí. A pesar de habernos separado, confraternizábamos, tal vez más que antes, cuando éramos jóvenes, inmortales.
Las luces se encendían con timidez  desnudando poco a poco la soledad de la calle. La mía. La nuestra.
Y la escuché.
Y quedé estupefacto por sus palabras.
Y le dije sabedor de mi mentira: todo va a estar bien.
Miré el cuadro que una vez pintó con trazos torpes pero firmes. Es mi bisabuelo, era un labriego de carácter duro, pero de buen corazón. Como yo, me dijo con orgullo. A mi alrededor todo conservaba algo de ella, de nosotros. De lo que tendría que haber sido.
Y cuando se fue lloré solo, esperando inútilmente que alguien me dijera que todo iba a estar bien.
La noche entraba por la ventana, negra, absoluta, y sin querer busqué con el pulgar el anillo que no estaba. Deseé volver a abrazarla. Pero no estaba. 
Y ya no iba a estar.
Y salí sin rumbo fijo. Decidido a otra vez, emborracharme hasta las pelotas.



1 comentario:

  1. Tus escritos, de nuevo, en el lugar de honor que les corresponde. Un abrazo.

    ResponderEliminar