jueves, 14 de noviembre de 2013

Movimiento Ocular Rápido

La tarde empezaba a caer y desde el interior de la casa salían los sonidos típicos de cada atardecer: los niños riendo y el ruido de la vajilla que precedía a la cena. Tal vez luego de comer pusiera un poco de música y nos sentáramos a conversar con ella; hasta tarde. Lo más tarde posible. Sabía que era imposible no dormir, pero quería hacerlo lo menos posible.

Como todos los días, el despertador sonó con su sonido impertinente y como todos los días, me costó abrir los ojos para enfrentarme a la rutina, al hastío. Quería dormir más, mucho más para poder seguir disfrutando del sueño. De ese lugar único donde me refugiaba cada noche. Me levanté con cuidado para no despertarla y encendí un cigarrillo.

Todavía estaba oscuro cuando me asomé a la ventana y miré el cielo. Unas nubes lejanas jugaban con los diferentes matices que les daba el sol para anunciar su salida. Me gustan los amaneceres, esos minutos de paréntesis indefinido entre la noche y el día, están llenos de magia, a veces de incertidumbre, casi siempre de duda. Unos minutos en que me gusta imaginar el día con ilusión.

Cuando vi la hora me maldije a mí mismo. Ni siquiera iba a poder tomar un miserable café. Bajé corriendo las escaleras poniéndome el saco, mientras calculaba cuánto dinero tenía en el bolsillo. Debía tomar un taxi porque iba a llegar tarde. Y eso no podía pasar. Siempre corriendo, llegué a la avenida. Miré a ambos lados. Nada. El tránsito comenzaba a ponerse complicado y las agujas del reloj de la esquina giraban más rápido que lo habitual. Mucho más rápido. Al fin conseguí que un taxi se detuviera. Resultó ser el más lento que tomé en mi vida.

La mañana, que había prometido ser hermosa, se transformó en algo amenazante. El aire que entraba por la ventanilla del auto era tibio y por momentos, muy fuerte. Las primeras gotas no tardaron en golpear el parabrisas. Pocos segundos después la tormenta estalló con toda su fuerza. La visibilidad era cada vez menor y reduje la marcha. No me gustan las tormentas, menos cuando son tan fuertes. Sin mirar, estiré la mano hacia los cigarrillos. Cuando lo hice, el encendedor cayó al piso…

Le pedí al conductor que acelerara la marcha. Me contestó que era peligroso hacerlo bajo tanta lluvia. Insistí y lo hizo, pero solo un par de cuadras. Miré el reloj. Volví a apurarlo. Enojado, giró la cabeza para contestarme. No vio el charco. Era demasiado largo. Cuando le advertí, el muy idiota pisó el freno. El vehículo, descontrolado, comenzó a dar vueltas mientras seguía avanzando…

…no tardé ni un segundo en levantarlo y con el cigarrillo colgando de mis labios volví a mirar a la calle. Un taxi venía directamente hacia mí.

Me desperté sobresaltado. Abrí la boca con desesperación tratando de respirar mientras me incorporaba de golpe. Un sudor frío me cubría el cuerpo y el aire que entraba por la ventana hizo que me erizara.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Sí… solo fue una pesadilla. Una en la que estoy muerto.




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