martes, 4 de marzo de 2014

Viejo barrio que te vas…


Antes de entrar al bar miré a mi alrededor. El viejo barrio no era el mismo. Ahora era un lugar de moda, de diseño. Lo habían llenado de peatonales y casas restauradas que salían en revistas de decoración. No quedaban vestigios de los bagayeros ni de los viejos quilombos, menos de los vecinos con los que solía charlar. En la esquina, un cusquito se empecinaba en morderle el tobillo a una vieja.
Apenas entrar, no supe qué hacer con la melancolía que me invadía. Dejarla afuera o invitarla a tomar una copa conmigo. El boliche estaba igual. La foto de Gardel y su sonrisa interminable seguía en el mismo sitio; lo mismo que la de Peñarol campeón del mundo coloreada burdamente en tiempos de blanco y negro. El reloj seguía parado en las dos y cuarto, y la hilera de botellas con el mismo polvo que el ventilador del techo.
Apoyé los codos en la barra y pedí una grapa con limón. Tres viejos compartían la mesa de la ventana. Mi preferida. Mientras tomaba, me entretuve observándolos.
Uno de ellos tenía en los ojos el humo de noches de timba y mujeres. El otro, coleccionaba arrugas y parecía haber vendido parte de su vida para pagar el alquiler. El tercero, que observaba callado la conversación de sus amigos, calibraba si debía intervenir. Seguramente lo que había hecho toda su vida. Mirar.
Mientras le daban al escabio uno de ellos nombró a una mujer y el tono cambió. Tal vez eran penas viejas, tal vez reproches eternos...  Algunas cosas seguían igual.
Pedí la del estribo⁷ y salí. Mientras prendía un cigarrillo volví a mirar hacia la esquina. Ahora era la vieja la que mordía al perro. 


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