jueves, 8 de mayo de 2014

El fotógrafo



Guzmán encendió un cigarrillo y volvió a acodarse en la baranda del puente. Miró el cielo. El fulgor anaranjado de la ciudad le impedía verlo.

Bajo sus pies el río parecía espeso, negro. Un viento frío lo hizo erizar y preguntarse si realmente tenía coraje para hacer lo que se había prometido.

Gran parte de su vida la había pasado solo. Muy pronto se había hartado de tantos desengaños. De tantas desilusiones. Hasta que entendió que no se podía pretender hacer que los demás sintieran como él. Quisieran como él. Amaran como él.

En una decisión que sabía estúpida, se volvió taciturno. Rutinario. Introvertido. Cambió sus hábitos de vida y se encerró en su propia cárcel. Allí estaba extremadamente solo. Pero seguro. A salvo de heridas que no podían sanar.

Lo único que conservó fue su costumbre de hacerse una foto cada día. Lo venía haciendo desde que era un niño y le regalaron su primera cámara. Muchas veces se preguntó el porqué de esa manía. Nunca supo la respuesta.

Hasta hace un mes.

Esa mañana se levantó decidido a llevar a cabo una idea que rondaba en su cabeza desde un tiempo atrás. Tomó la caja donde guardaba las fotos en álbumes cuidadosamente numerados y fechados y la llevó a un local especializado en edición de video.

Hoy, el día de su cumpleaños, un Dvd sin siquiera portada  lo retaba a observar el resultado de tantos años de dedicación. Introdujo el disco en el reproductor y se sentó frente al televisor. Encendió un cigarrillo y miró el control remoto. Al fin, dejando atrás sus dudas, apretó el play.

Inmediatamente comenzó  a desfilar su propia cara a una velocidad vertiginosa. Se vio de niño; con barba; sonriendo. De pelo muy largo. Triste. Las primeras canas y las malditas patas de gallo. Su ropa… Todo cambiaba.

Todo.

Excepto su mirada. Una mirada que lo había acompañado toda su vida. Una mirada que traslucía soledad. Desilusión. Toda su vida en tres minutos.

En tres putos minutos.

Dicen que antes de morir toda tu vida desfila ante tus ojos.

Dicen que debés seguir la luz.

Guzmán volvió a mirar el río. A escuchar su rugido.  Con una sonrisa en los labios, dejó caer sus fotos. No se movió hasta que la última se perdió en la oscuridad. Encendió otro cigarrillo y metió sus manos en los bolsillos. Lentamente comenzó a caminar hacia las luces buscando estrellas en los charcos; sonrisas en alguna pared.

Esa noche iba a volver a hacerse una foto. Pero con una chica… o con dos.


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