Guzmán encendió un
cigarrillo y volvió a acodarse en la baranda del puente. Miró el cielo. El
fulgor anaranjado de la ciudad le impedía verlo.
Bajo sus pies el río
parecía espeso, negro. Un viento frío lo hizo erizar y preguntarse si realmente
tenía coraje para hacer lo que se había prometido.
Gran parte de su vida la
había pasado solo. Muy pronto se había hartado de tantos desengaños. De tantas
desilusiones. Hasta que entendió que no se podía pretender hacer que los demás
sintieran como él. Quisieran como él. Amaran como él.
En una decisión que sabía
estúpida, se volvió taciturno. Rutinario. Introvertido. Cambió sus hábitos de
vida y se encerró en su propia cárcel. Allí estaba extremadamente solo. Pero
seguro. A salvo de heridas que no podían sanar.
Lo único que conservó fue
su costumbre de hacerse una foto cada día. Lo venía haciendo desde que era un
niño y le regalaron su primera cámara. Muchas veces se
preguntó el porqué de esa manía. Nunca supo la respuesta.
Hasta hace un mes.
Esa mañana se levantó decidido a llevar a
cabo una idea que rondaba en su cabeza desde un tiempo atrás. Tomó la caja donde
guardaba las fotos en álbumes
cuidadosamente numerados y fechados y la llevó a un local especializado en
edición de video.
Hoy, el día de su cumpleaños, un Dvd sin
siquiera portada lo retaba a observar el
resultado de tantos años de dedicación. Introdujo el disco en el reproductor y
se sentó frente al televisor. Encendió un cigarrillo y miró el control remoto. Al
fin, dejando atrás sus dudas, apretó el play.
Inmediatamente comenzó a desfilar su propia cara a una velocidad
vertiginosa. Se vio de niño; con barba; sonriendo. De pelo muy largo. Triste.
Las primeras canas y las malditas patas de gallo. Su ropa… Todo cambiaba.
Todo.
Excepto su mirada. Una mirada que lo había
acompañado toda su vida. Una mirada que traslucía soledad. Desilusión. Toda su
vida en tres minutos.
En tres putos minutos.
Dicen que antes de morir toda tu vida
desfila ante tus ojos.
Dicen que debés seguir la luz.
Guzmán volvió a mirar el río. A escuchar su
rugido. Con una sonrisa en los labios,
dejó caer sus fotos. No se movió hasta que la última se perdió en la oscuridad.
Encendió otro cigarrillo y metió sus manos en los bolsillos. Lentamente comenzó
a caminar hacia las luces buscando estrellas en los charcos; sonrisas en alguna
pared.
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