viernes, 25 de abril de 2014

Cuentos de Calma Chicha, presenta: Fata Morgana



En el mar se reflejaban los últimos rayos del sol cuando el viento, que invariablemente se levantaba a esa hora, hizo volar a los paraguas de mango luminoso de la cubierta del barco. Si alguien hubiera podido observar ese espectáculo, habría imaginado que era una bandada de pájaros luminosos danzando en armonía. Algunos quedaban enganchados entre las ramas de la gigantesca enredadera que salía de la bodega del navío, que de tan alta que era, parecía sacarle chispas a la luna.
Guzmán no podía quitar la mirada de la silueta borrosa que se dibujaba en el horizonte. Tal vez una isla. Un continente. Allí estaba su libertad. Solo podía verla una vez al día, cuando el círculo eterno  al que estaba condenado el buque pasaba por ese lugar.
La tempestad sorprendió al marinero solo en su camarote abrazado a una borrachera interminable. Cuando al fin lo agitado del mar lo tiró de su litera, decidió salir a cubierta. Al abrir la puerta, el agua golpeó su cara y aterrado vio como la proa del barco se elevaba hacía las nubes para después, en una caída interminable, dirigirse hacia el océano. El estruendo de los rayos taladraba sus oídos y solo atinó a agarrarse con todas sus fuerzas del cabrestante. A lo lejos, vio las barcas salvavidas alejándose. Gritó. Gritó como nunca en su vida…
La mañana lo encontró dormido y empapado. El mar estaba en calma y el sol brillaba en el horizonte.
Debía empezar a buscar una salvación. En la bodega solo tierra, abono y semillas. Una idea inverosímil se instaló en su cabeza y comenzó a mezclarlo todo.
La planta estaba lista y su esperanza de un rescate, perdida con el último paragua. Solo necesitaba valor para hacerlo.
Es mañana, murmuró.
Comenzó el ascenso muy temprano, evitando mirar abajo. Ya en la cima, un ligero cosquilleo de placer lo invadió cuando miró a su alrededor. Desde lo alto, volvió a ver el sol y los diferentes tonos del mar. Bajó la mirada y allí estaba. Casi debajo de él, una pequeña mancha  perdida en el mar lo esperaba. Comenzó a empujar con fuerza. Primero a un lado,  luego al otro. Muy pronto, las oscilaciones del vaivén iban siendo más y más largas. El vértigo se adueñó de su estómago y el miedo de su corazón. No faltaba mucho para que el barco diera una vuelta de campana. Debía soltarse.
Imaginó un lugar hermoso, de arenas doradas. Tal vez una comida caliente, una mujer. Tal vez un hogar.
 Cerró los ojos y con una sonrisa, Guzmán soltó el cabrestante y se dejó caer.




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