lunes, 29 de septiembre de 2014

La ventana

Daniel había nacido en un ranchito solitario en el medio de la nada. Los recuerdos de su infancia no eran muchos, pero uno de ellos dominaba su memoria y aún lo emocionaba: la llegada del hombre a la luna. La escuela, que era la poseedora del único televisor de la zona, se había vestido de gala para presenciar el evento. La increíble noticia de que se iba a poder ver la hazaña en el mismo momento que estaba ocurriendo era difícil de entender, no solo para los niños. El aparato estaba colocado frente al pizarrón de la única clase. La maestra había copiado un diagrama de un diario y escrito los detalles con caligrafía clara y tizas de diferentes colores. Todos habían sido puntuales, y en la escuela se juntó tanta gente como en la kermesse de fin de año. Cuando comenzó la transmisión, el asombro se dibujó en las caras de todos y Daniel, que era el más entusiasmado, al ver el módulo descendiendo sobre esa tierra gris y árida, se acercó a la ventana y se puso a mirar el cielo tratando de distinguir la nave.

 Daniel miró hacia abajo. El tránsito estaba en el apogeo de la hora pico y algunos conductores golpeaban las bocinas con furia. La gente en las paradas se dejaba engullir por los ómnibus empujándose unos a otros. Cuando el olor de la ciudad comenzó a invadir su oficina, cerró la ventana y con sus manos en los bolsillos, elevó la mirada. Los edificios que parecían llegar al cielo, actuaban como un telón de cemento y vidrio. Daniel no extrañaba los veranos en el arroyo, ni la pelea de las semillas por llegar al sol, ni el perfume de los tilos. 
No. 
Extrañaba profundamente el abrir la ventana y poder ver la luna.

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