miércoles, 18 de febrero de 2015

Leticia

Cientos de bombitas delineaban la tienda haciéndola visible desde el pueblo. Hileras de banderines multicolores marcaban el camino hacia la entrada que tenía forma de payaso. El circo había llegado pleno de alegría y colores  vibrantes.
Excepto la ropa de Leonardo.
El traje, la pajarita que colgaba larga y el sombrero fedora, eran negros. La camisa blanca era lo único que cortaba su aparente oscuridad.  Cantaba en los entreactos de las funciones y en su repertorio, no faltaban baladas en francés. Estaba seguro que hacerlo en ese idioma era elegante y seductor.
Lo entusiasmaba llegar a un pueblo nuevo y pensar que podría cautivar alguna chica. Tal vez enamorarla  y al fin, cambiar de vida.
Leticia deseaba lo mismo, pero ya estaba enamorada. Cada noche escondida entre bambalinas, suspiraba en silencio escuchándolo cantar. Leonardo no solo le gustaba. Era el único que no la miraba como un fenómeno. Que la trataba como una mujer.
—Si tuviera valor…— pensaba la mujer barbuda mirándose al espejo.

Esa noche Leonardo realizó su mejor actuación. No necesitó recorrer la platea con la mirada buscando alguna mujer que le diera una esperanza. En la tercera fila, una belleza de ojos rasgados y prometedores,  le sonreía cantando con él en silencio.
Apenas terminar su actuación, arrancó un ramo de flores de la cabeza de un pony  y corriendo, fue a buscar a la chica.

El tono anaranjado que se filtraba por la tela de la carpa, creaba en el camerino de Leticia una atmósfera agobiante. Vestidos y zapatos caídos por doquier y su caja de maquillaje desparramada sobre la mesa, aumentaban esa sensación.

Una gota de sangre cerca de la navaja y la palabra “adiós” escrita con labial en el espejo, enmarcaban los pelos de la barba que descansaban en la pileta del baño.


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