El agua toca mis pies
descalzos con suavidad. Siento la arena que me queda entre los dedos esperar a
ser devuelta a ese continuo e interminable ir y venir.
Pienso en abrir los ojos.
Sobre los párpados, el rojo fuego del sol me atemoriza. Sé que al hacerlo
quedaré cegado y la incertidumbre aprovechará para volver a esconderse en las imágenes
borrosas, casi fantasmales que provocan el atreverse a enfrentar al astro cara
a cara.
El ser un personaje de
una historia no me permitía tomar mis propias decisiones, ni sentir con mis
sentidos. Ni amar con mi cuerpo.
A pesar de no estar
escrito en ningún párrafo, podía sentir el aroma de su perfume. De su cuerpo.
A pesar de que ninguna
frase lo decía, sentía el cosquilleo casi imperceptible de la puntas de su
cabello hamacado por la brisa rozando mi hombro.
A pesar de que en ninguna
parte se menciona, sentía un deseo incontenible de besarla.
De hacerle el amor con la
misma desesperación que la de un ciego que milagrosamente recupera la vista y
llena su mirada de colores.
A borbotones.
Como temiendo volver a la
oscuridad. A la negrura eterna.
El agua vuelve y me
acaricia las piernas. La espuma que viaja en su lomo decide descansar sobre mí.
La toma entre sus manos y la esparce por mi cuerpo. Nos reímos.
Nos miramos a los ojos.
El ser parte de un sueño
me permitía sentir otras cosas.
Su risa. Las palabras
murmuradas al oído. Su piel erizándose bajo mis manos que la recorrían. El
resultado de nuestro encuentro recorriéndole como una catarata las ingles, mi
vientre y mi pecho.
Mi boca.
El agua me moja el
estómago. Está helada. Me incorporo sobresaltado mirando alrededor. Buscando a
nadie.
Unas nubes de tormenta se
acercan y el viento levanta la arena. Hace frío.
Demasiado.
Ya es momento de volver.
Solo es la vida.
Solo es la vida.
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