viernes, 27 de marzo de 2015

www.Dios.biz

A pesar de que todos creen que es una invención, el inframundo es real. Existe. Está en todas partes, al igual que los que lo habitan.  Su existencia era tan vieja como el pecado y era mi primera vez aquí. No estaba seguro con qué me iba a encontrar. Pero lo sospechaba. El solo saber que él era uno de sus habitantes, tal vez el más importante dentro de esta sociedad, me producía nauseas.
El “Libre Albedrío”, era uno de los tugurios más sórdidos de la ciudad. Un sótano maloliente, húmedo y caluroso. La música que me golpeaba en el pecho  descompasaba los latidos de mi corazón mientras bajaba por la escalera. Al instante y a pesar de la confusión de mis sentidos,  pude sentir su presencia.
No me costó encontrarlo.
Estaba tirado en un sillón besando a una mujer, mientras un joven de músculos marcados  le lamía el pecho. Eran hermosos, exuberantes. Estaban de moda en ese mundo lujurioso en el que él, se sentía tan cómodo. Eran vampiros.
Las ojeras delataban el tipo de vida que llevaba desde hacía mucho. Se había afeitado y usaba el pelo corto. Vestía un traje negro, seguramente de Dormeuil. Un reloj pulsera de diseño y una cadena de oro muy gruesa que colgaba de su cuello, le daban ese aspecto tan clásico que no pueden disimular los nuevos ricos.
Carraspee. Inmediatamente, los habitantes de la noche me mostraron los colmillos gruñendo sordamente. Él  pareció no enterarse. Volví a hacerlo. Al fin levantó la mirada y me vio.

—¡Pedro! —dijo abriendo mucho los ojos—¡Siglos sin vernos! ¿Qué te puedo ofrecer? ¿Un trago? ¿Una chica? ¿A los dos?
Ni siquiera se levantó. Con un gesto de su mano me señaló un sillón. Me senté y lo miré por unos momentos. Era una imagen patética. Una mala caricatura. Al fin hablé.  
—Tu padre te necesita. Vengo a buscarte.
Instintivamente se llevó la mano al costado. Tenía la camisa abierta y pude ver cómo acariciaba la cicatriz. Alrededor de ella se había hecho un tatuaje. I´love you too, dad, decía escrito en letras góticas de rojo intenso. Me miró.
—¿Mi padre me necesita? ¿Mi padre se atreve a mandarte a buscarme?

La carcajada retumbó en la habitación. Sus amigos hicieron lo mismo.
—¡Fuera! —les gritó, chasqueando los dedos.

Hundió el dedo en el plato de coca y se lo frotó en las encías. Su mano temblaba cuando se puso un cigarrillo entre los labios.
—Así que “el gran usador” me necesita —dijo más para él que para mí mientras abría los brazos y miraba hacia arriba.
—Así es. Te necesita…
—¡Viejo de mierda! —gritó poniéndose de pie y tirando una botella contra la pared— Vos sos testigo de todo. Vos sabés muy bien cómo la pasé. ¿Y por qué? ¿Para qué? ¿Para esto? Él podía haber hecho todo de otra forma. Ni siquiera me necesitaba… Ni a vos. Y yo lo sabía. Igual me expuse a todo. Obedecí en todo. Confié en él. Ni siquiera pude estar con la única mujer que amé. Y encima me castiga dejándome vivir por los siglos de los siglos… Ahora, después de ¿cuánto tiempo?, aparecés y me decís que le hago falta para un nuevo capricho. ¿Para qué? ¿De qué sirvió todo lo que hice?
¿Miraste el mundo, Pedro? ¿Te detuviste a escuchar a la gente? ¿O hacés como él y mirás todo desde arriba? Estoy seguro que ni siquiera pensás. Ni te molestás en hacerlo. Mi mismo error…
Al decir esto me dio la espalda. Ya no podía permitirme seguir escuchándolo. No iba a poder convencerlo. Saqué la punta de la lanza de Longino de mi cinturón y se la clavé con todas mis fuerzas en su costado. En el mismo.
Giró sorprendido y se dejó caer encima del sillón donde hasta hace poco pecaba. Me miró con los ojos muy abiertos. No pudo hablar. La sangre llenaba su boca. Mientras agonizaba, tuve la gentileza de explicarle el por qué de este, su segundo sacrificio.

—Serás su heredero. Tu voz y tu presencia serán respetadas y obedecidas.
 A pesar de que seguís siendo el mismo estúpido soñador de siempre, Él te da otra oportunidad para que esta vez cumplas con tu sagrado cometido. ¿Sabés que el Señor todavía no pudo arreglar tus cagadas? ¿Qué querías demostrar con esos “milagros”? ¿Y con tus ataques de ira?
¡Sanar enfermos! ¿A quién se le ocurre? Tenían que morir. Todos tienen que morir. ¿Qué importa cómo o cuándo? Todavía hoy escucha maldiciones y blasfemias porque la gente se muere. Porque se enferma.
¡Expulsaste a los mercaderes del templo!  Solucionar eso fue más fácil. Sí.
Lo desobedeciste. Revolucionaste a unos pocos y encegueciste a la mayoría. Tal vez simplemente nunca entendiste qué es ser Dios y con tus actos creaste falsas expectativas sobre él. Bien o mal, blanco o negro. Arriba o abajo… Confirmaste la paradoja de Epicuro y eso, Él jamás te lo perdonó. Eligió buenos representantes, pero ni eso alcanzó.
Ahora, demuestra su generosidad dándote otra oportunidad de servirle para que al fin todos, repito, todos, confirmen su omnipresencia. Su omnipotencia. Su infinita sabiduría.

En los últimos estertores, acertó a preguntarme en un susurro casi inaudible, qué le ofrecía su padre.

—Cuando vuelvas a resucitar no lo harás como hombre. No más debilidades ni sentimentalismos, nada de idealismos absurdos. No. Eso se acabó. Serás lo único que todos adoran ciegamente. Estarás en sus vidas, en sus mentes día y noche. Serás la Red.
Y esta vez cumplirás.

Ya no tendrás alma para escapar de ello.



Gracias, sobrelai.

No hay comentarios:

Publicar un comentario