No sé dónde estoy. Ni qué
hago aquí. Solo recuerdo verla nadando en la superficie.
Ágil, lejana. Borroneada
por la espuma de sus movimientos. La seguía desde abajo, desde ese mundo verde azulado
y silencioso donde flotaba alejado de todo y no importaba si estaba con la
cabeza hacia arriba. O hacia abajo.
Los peces se ocultaban al
verme pasar. Todos, excepto uno. Un pequeño coy koi,
que sin esfuerzo, se mantenía frente a mi máscara. Su boca se abría y se cerraba
y parecía decir: Seguíme… Se alejaba un
poco y volvía a decirlo.
Lo seguí.
Pronto, el suelo comenzó
a desaparecer y el fondo arenoso se perdió de vista. Todo se oscurecía a mi
alrededor. Giré mi cuerpo y miré atrás. Hacía lo que debía ser arriba.
¿O era abajo?
Los rayos del sol se
filtraban tenuemente por un agujero que brillaba en la superficie. La busqué.
Ya no estaba.
De pronto algo comenzó a
iluminarse y a subir desde la profundidad.
Me detuve. Las luces, al principio borrosas, se acercaban lentamente.
Miles de burbujas de todos los colores imaginables venían hacia mí. Pronto me
rodearon. Parecían danzar al ritmo de una melodía silenciosa. Pequeñas,
delicadas. Hermosas. Traté de tocarlas, pero al acercar mi mano hacia ellas, se
alejaban. Las burbujas comenzaron a aumentar su tamaño. O yo, a empequeñecerme.
No importaba. Me hacían sentir bien. Nadé con ellas sin saber hacia dónde,
mientras seguían aumentando su tamaño. Una de ellas atrajo mi atención. Sus
colores eran los que más brillaban. Colores vibrantes, cálidos y luminosos. Me
acerqué lo más que pude y pegué mi cara contra ella. Allí estaba. Con su
sonrisa franca, encantadora. No me pregunté cómo había llegado allí. No
importaba. Solo traté de entrar sin romper su superficie. Metí una mano con
cuidado. El reloj que traía en mi muñeca no me dejó continuar. Me lo saqué,
solté el cinturón del lastre, el tanque y las aletas. Di una última mirada y me
quité la máscara. Feliz, tomé impulso y como si me estuviera zambullendo en una
piscina, fui a encontrarme con ella.
Las luces de las burbujas
se apagaron. La oscuridad me rodeó y una sensación de vacío llenó mis pulmones.
Lejos, muy lejos, un agujero filtraba el último resto de la luz del sol.
No sé dónde estoy.
Ni qué hago aquí. Solo
recuerdo verla.
Ya no sé dónde.
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