¡Hoy, por única vez! ¡No se lo pierdan, damas y
caballeros! ¡Un espectáculo único e inimaginable! No se repetirá la oportunidad
de visitar el interior de un cuerpo humano… vivo.
La conocí en un bar donde
cada noche trataba de llenar mi vacío, vaciando vasos. Ella cantaba canciones
de amores perdidos con voz de brisa y mirada llena de promesas y rechazos. Como
si fuera una Gioconda de carne y deseos inconclusos. Incomprendidos.
Solo la miraba. Me hacía bien
verla. Saberla allí.
Cerca. Lejos.
Atraviesen las válvulas de su corazón y naveguen
en su sangre. Descubran qué lo hace latir más fuerte y qué lo paraliza. No se
pierdan de mirar por sus ojos y escuchar por sus oídos.
Esa noche me sentía bien. Era una de esas
noches mágicas que parecen estar llenas de buenos augurios. Esas que pueden sentirse en la piel o en la
boca del estómago. Decidido a todo o nada,
me acerqué a la barra. Al rincón oscuro donde solía
sentarse después de cantar.
Entre sus manos, un
cigarrillo y un vaso lleno de rojo fuego, se peleaban por besar sus labios.
No sé si fue su perfume o si
fueron sus ojos que sentí que por primera vez se fijaban en mí que me dejaron mudo, sin palabras. Solo le dije que me
encantaría cantarle una canción.
—¿De amor? Nunca me cantaron
una canción de amor…— contestó con palabras llenas de languidez— Nunca me
cantaron ni siquiera una canción.
Recorran su pelvis, sus genitales
Esa noche nos fuimos juntos y
todas las sensaciones del mundo, las imaginadas y las que no, se encontraron
entre nuestras piernas. En nuestra piel húmeda de sangre caliente; de sudores
de placer y lágrimas derramadas. Olvidadas. Felices.
Señoras, señoritas, deléitense sintiendo que lo
hace enamorarse, visiten y descubran ese misterio oculto y bien guardado que
todos tenemos y que nadie sabe explicar.
Una sonrisa estúpida
volvió a iluminar mi cara. Los colores eran vibrantes, contagiaban el brillo que
dan esos días grises, plenos de luz sin sombras.
Y para los hombres más valientes y arriesgados.
Para los que no le temen a las sensaciones fuertes ni a las peores pesadillas
que se puedan vivir despiertos, un viaje por sus miedos…
Una mañana me desperté
pensando en el cuaderno. Ese que no existe pero está lleno de planes, de
proyectos. Miré la delgadez del almanaque y sentí la falta de tiempo. Y su
ausencia. Esa que cada noche me despertaba y que por más que tratara, no podía
sacarme de la cabeza, de las venas. Ni de la piel.
Veía por la ventana escaparse la noche y cerraba los ojos para no enfrentar al día. Ese lleno de realidades, de verdades que remueven las tripas.
Veía por la ventana escaparse la noche y cerraba los ojos para no enfrentar al día. Ese lleno de realidades, de verdades que remueven las tripas.
¡Última oportunidad, señoras y señores! ¡No se pierdan
de entrar antes de que se cierre por última vez…!
Después de un tiempo, volví
al bar. Me senté lejos del escenario, oculto por la poca luz y el humo de los
cigarrillos. Ella seguía cantando con esa voz seductora y su mirada perdida en
quién sabe qué recuerdos.
Tal vez deseando volver a la
soledad de su casa. Tal vez esperando a alguien que le cantara otra canción.
Intenso, muy visual. Un beso.
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