—¿Un fogonazo verde en el horizonte fue el
preludio de la batalla…? ¿Me estás hablando en serio…? ¿Pretendés que le ponga
ese nombre al cuadro? —me dijo riéndose con sarcasmo pero con furia en su
mirada —No me gusta tu forma de ver el arte si es que el arte es lo mío. Solo
sos un pretencioso, un mercader y me cago en vos y en el esnobismo de tus
clientes.
Esa fue la última vez que la vi. Llevándose
todas sus pinturas de la galería. Como
podía.
Su estilo me recordaba la potencia de
Basquiat y la paleta de Miró, pero único en su sencillez. En lo directo y
profundo de cada pincelada. En ocasiones y en soledad, pasaba horas observando
sus cuadros, hipnotizado, sintiendo como
se me erizaba la piel.
Después de un tiempo, supe que tenía razón
y cerré la galería. El arte no es palabras sofisticadas ni pedantería
disfrazada. Es solo tratar de provocar sensaciones, emociones que de alguna
manera nos sobrevivan. Algunos nacían con ese don, la mayoría, como yo,
disfrutábamos de ellos.
Jamás contestó mis llamadas ni, a pesar de
que muchas veces lo intenté, me abrió sus puertas. Ninguna. Solo la conocía por
el seudónimo que cambiaba según su ánimo y con el que firmaba sus obras. Tal
vez así se sentía protegida. Segura de poder vivir su vida sin compromisos ni
apegos innecesarios.
Jamás pude perdonarme el tal vez, haber sido
la causa de su desilusión.
Ahora estaba frente a mí. Ni siquiera me
miró al decir buenas tardes con voz
automatizada. Solo pasaba mis compras
por el escáner mientras tecleaba sobre la caja del supermercado.
Real como la vida misma, siempre das en la diana. Duro, pero cierto, ¿estaban los dos equivocados?
ResponderEliminarUn beso.