lunes, 28 de marzo de 2016

Pedro


A pesar de que todos creen que es una invención, el inframundo es real. Existe. Está en todas partes, al igual que los que lo habitan.  Su existencia es tan vieja como el pecado y esta es mi primera vez aquí. No estoy seguro con qué me voy a encontrar. Pero lo sospecho. El solo saber que es uno de sus habitantes, tal vez el más importante dentro de esta sociedad, me produce nauseas.
El “Libre Albedrío”, es uno de los tugurios más sórdidos de la ciudad. Un sótano maloliente, húmedo y caluroso. La música me golpea en el pecho  y descompasa los latidos de mi corazón mientras bajo por la escalera. Al instante y a pesar de la confusión de mis sentidos,  sentí su presencia.
No me costó encontrarlo.
Está tirado en un sillón besando a una mujer, mientras un joven negro de músculos marcados  le lame el pecho. Son hermosos, exuberantes. Están de moda en este mundo lujurioso en el que él, se siente tan cómodo. Son vampiros.
Las ojeras delatan el tipo de vida que lleva desde hace mucho. Está afeitado y usa el pelo corto. Viste un traje negro, seguramente de Dormeuil. Un reloj pulsera de diseño y una cadena de oro muy gruesa que cuelga de su cuello, le dan ese aspecto tan clásico que no pueden disimular los nuevos ricos.
Carraspee. Inmediatamente, los habitantes de la noche me mostraron los colmillos gruñendo sordamente. Él  pareció no enterarse. Volví a hacerlo. Al fin levantó la mirada y me vio.

—¡Pedro! —dijo abriendo mucho los ojos—¡Siglos sin vernos! ¿Qué te puedo ofrecer? ¿Un trago? ¿Una chica? ¿A los dos?
Ni siquiera se levantó. Con un gesto de su mano me señaló un sillón.
Me senté y lo miré por unos momentos. Era una imagen patética. Una mala caricatura. Al fin hablé.  
—Tu padre te necesita. Vengo a buscarte.
Instintivamente se llevó la mano al costado. Tenía la camisa abierta y pude ver cómo acariciaba la cicatriz. Alrededor de ella se había hecho un tatuaje. I´love you too, dad, decía escrito en letras góticas de rojo intenso. Me miró.
—¿Mi padre me necesita? ¿Mi padre se atreve a mandarte a buscarme?

La carcajada retumbó en la habitación. Sus amigos hicieron lo mismo.
—¡Fuera! —les gritó, chasqueando los dedos.

Hundió el dedo en el plato de coca y se lo frotó en las encías. Su mano temblaba cuando se puso un cigarrillo entre los labios.
—Así que “el gran usador” me necesita —dijo más para él que para mí mientras abría los brazos y miraba hacia arriba.
—Así es. Te necesita…
—¡Viejo de mierda! —gritó poniéndose de pie y tirando una botella contra la pared— Vos sos testigo de todo. Vos sabés muy bien cómo la pasé. ¿Y por qué? ¿Para qué? ¿Para esto? Él podía haber hecho todo de otra forma. Ni siquiera me necesitaba… Ni a vos. Y yo lo sabía. Igual me expuse a todo. Obedecí en todo. Confié en él y ni siquiera pude estar con la única mujer que amé. Y encima me castiga dejándome vivir por los siglos de los siglos… Ahora, después de ¿cuánto tiempo?, aparecés y me decís que le hago falta para un nuevo capricho. ¿Para qué? ¿De qué sirvió todo lo que hice?
¿Miraste el mundo, Pedro? ¿Te detuviste a escuchar a la gente? ¿O hacés como él y mirás todo desde arriba? Estoy seguro que ni siquiera pensás. Ni te molestás en hacerlo. Mi mismo error…
Al decir esto me dio la espalda. Ya no podía permitirme seguir escuchándolo. No iba a poder convencerlo. Saqué la punta de la lanza de Longino de mi cinturón y se la clavé con todas mis fuerzas en su costado.
En el mismo.
Giró sorprendido y se dejó caer encima del sillón donde hasta hace poco pecaba. Me miró con los ojos muy abiertos. No pudo hablar. La sangre llenaba su boca. Mientras agonizaba, tuve la gentileza de explicarle el porqué de este, su segundo sacrificio.

—Serás su heredero. Tu voz y tu presencia serán respetadas y obedecidas.
 A pesar de que seguís siendo el mismo estúpido soñador de siempre, Él te da otra oportunidad para que esta vez cumplas con tu sagrado cometido. ¿Sabés que el Señor todavía no pudo arreglar tus cagadas? ¿Qué querías demostrar con esos “milagros”? ¿Y con tus ataques de ira?
¡Sanar enfermos! ¿A quién se le ocurre? Tenían que morir. Todos tienen que morir. ¿Qué importa cómo o cuándo? Todavía hoy escucha maldiciones y blasfemias porque la gente se muere. Porque se enferma.
¡Expulsaste a los mercaderes del templo!  Solucionar eso fue más fácil. Sí, mucho.
Lo desobedeciste. Revolucionaste a unos pocos y encegueciste a la mayoría. Tal vez simplemente nunca entendiste qué es ser Dios y con tus actos creaste falsas expectativas sobre él. Bien o mal, blanco o negro. Arriba o abajo… Confirmaste la paradoja de Epicuro y eso, Él jamás te lo perdonó.
Ahora, demuestra su generosidad dándote otra oportunidad de servirle para que al fin todos, repito, todos, confirmen su omnipresencia. Su omnipotencia. Su infinita sabiduría.
Ahora todos, sin excepción de raza, color o religión, te llevaran consigo. Te respetarán. Te confiarán su vida, sus secretos y pecados.
Serás indispensable.
Único.
Te adorarán ciegamente.

Serás la Red…



1 comentario:

  1. Me ha gustado, como has ido desarrollando el tema y me encanta el final.

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