miércoles, 4 de octubre de 2017

El hada verde



La callecita forma una “L” angosta que desemboca en la peatonal principal de la Ciudad Vieja, allí, solía pasar horas oculto detrás de algunas cajas de cartón;  camuflado entre cáscaras de fruta; bolsas rotas o botellas vacías de detergente, solo para observar el vuelo elegante y maravilloso de las hadas. Escuchar su risa y el zumbido leve que hacían al hablar era una sinfonía para mis oídos. Nadie podía explicar la razón por la que habían adoptado este lugar como su preferido. Tampoco nadie supo explicar los motivos por los que ellas y toda una fauna de personajes imposiblemente fantásticos comenzaron a aparecer con timidez por todas partes.  
Muy pronto la sorpresa fue superada y los amontonamientos de curiosos que querían ver con sus propios ojos a estos seres, terminaron.
Entre las hadas que revoloteaban por allí, una en especial llamó mi atención. Tal vez haya sido cuando la vi refregar una frutilla por su pelo hasta dejarlo rojo, o porque estaba siempre sola y le gustaba aletear sobre una gárgola que vanamente trataba de espantarla.
Día a día aumentaban de tamaño y les costaba más volar, su zumbido fue transformándose en palabras y sus movimientos a perder inocencia.
Esa similitud me alentó a que paso a paso, comenzara a dejar atrás el caparazón en el que estaba y pensara en dejarme ver. Darme a mí mismo otra oportunidad.
Hasta que se corrió la voz de que las hadas eran casi mujeres.
Rápidamente el callejón volvió a ser popular. Trajeron alcohol, palabras hermosamente engañosas y todos volvimos a cambiar.
Una mañana la encontré en el suelo. El pelo se le desteñía empapado en el vómito y ni siquiera lo que quedaba de sus alas disimulaba la desnudez.
Deambulé por los rincones más oscuros buscando un alivio, hacer catarsis.
Al fin, regresé al lugar del que solo salí tentado por la oportunidad de volver a ser un hombre.
Rasqué con mis patas la cubierta del libro y a pesar de saber que volvería a hacer sufrir a mi familia, me deslicé entre sus páginas buscando la soledad de mi cuarto.



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