lunes, 2 de diciembre de 2013

El loquito de la plaza


Algunos decían que le faltaba un tornillo, otros, que había sido millonario y perdido todo en el juego; que al nacer lo habían abandonado en la puerta de una iglesia, que no, que allí lo dejó una novia. Es sordomudo. ¡Simula serlo! Que era infiltrado de una célula trotskista…
Simplemente lo llamaban “Casquito”. Su fama mezclada con mito comenzó muchos años atrás, cuando se paseaba vestido con una trinchera, borceguíes  y un casco militar en su cabeza. Los viejos de la época decían que era un casco del ejército austrohúngaro, o del alemán y que seguramente perteneció a un excombatiente.
Con el paso de los años el casco desapareció, un sobretodo gris suplantó a la trinchera y los zapatos cambiaban a medida que otros en mejor estado aparecían. Ya no se paseaba. Se quedaba horas sentado en un banco de la Plaza Matriz con un libro sin tapa entre sus manos. Se había hecho costumbre entre los que habitualmente pasaban por allí sentarse a su lado y hablar sin tener que mentir. Contar sus problemas, confesar sus miedos, y en menor medida, compartir sus alegrías. En ocasiones,  Casquito los miraba por unos instantes con aquellos ojos de celeste intenso y su barba de años, y silenciosamente, volvía a posar su mirada sobre la misma página del libro. Casi siempre dejaban a su lado monedas o algún billete que con ligereza guardaba en su bolsillo.
Un buen día, Casquito no apareció por la plaza, y jamás volvió a hacerlo.
Algunos decían que se había muerto, que lo llevaron a un loquero; que se juntó con la viejita de las palomas. Seguramente se hizo millonario con lo que le dejaban. ¡Qué no, qué ya lo era…!
Muchos, al ver el banco vacío, siguen teniendo la esperanza de que mañana esté allí.


1 comentario:

  1. Ese casco es austrohúngaro, seguro..!!! Jajaa... Muy bueno, Héctor...

    Saludos..!!!

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