El verdadero hartazgo
llega y no avisa. Se instala sin pedir permiso e invade todo.
Necesitaba una dosis de
mundo real. Gente real. Con sus locuras.
Con sus miserias. Pero verdadera. Pura carne y puro hueso. Necesitaba un bar. Y
alcohol.
Allí estuve por un par de
horas.
No estaba muy seguro
porqué cada vez que tomaba una copa de más, se me producía una erección.
Conduje hasta una calle que no estaba lejos de allí a buscar una puta. Por ahí
abundaban. Me equivoqué. Había solo una. Estaba de espaldas, mostrando los
cachetes de un culo prodigioso. Paré a su lado. Sus nalgas quedaban enmarcadas
por la ventanilla. La tipa, ni se enteró que tenía un cliente.
—¡Hola!— grité
Se agachó de golpe con el
teléfono todavía en su oído.
—¡Hola, hermoso!— mintió,
poniendo su mejor cara de carnero degollado.
Era realmente fea, de
edad indefinida y absolutamente destetada.
—¿Cuánto por tu culo?
—Doscientos— contestó
después de pensar un poco.
Un culo costaba más. Lo
sabía muy bien. También sabía que estaba desesperada por llevarse algún peso a
la casa.
—Tengo cien— mentí.
—Vamos— contestó subiendo
al auto.
—¿Dónde? No pienso pagar
un hotel.
—Acá cerca hay un parque
—Prefiero en ese baldío—
le dije señalando la esquina. En un sitio neutral, mi billetera y mi propio
culo estarían más seguros. Bajamos.
Fuimos detrás de una
pared semiderruida. El suelo estaba cubierto de escombros y había olor a meada.
Fresca y añeja. Mientras se sacaba lo poco que traía puesto, intentaba entablar
una conversación. No me interesaba lo que trataba de decir. La tomé por los
hombros y la hice arrodillarse frente a mí.
—¡Guau!— Volvió a mentir
cuando terminó de luchar con mi bragueta.
—Calláte y chupá.
Mientras lo hacía, miré
su cabeza tratando de imaginar una cara para ella. Una cara que quisiera. Que
deseara. Por mi imaginación pasaron muchas, pero ninguna se quedó. Hice que se
diera vuelta y la empujé hasta la pared. De espaldas a mí, se inclinó y separó
sus nalgas con los dedos. Escupí en mi mano y se la pasé por el culo.
Lentamente se la encajé. No traté de volver a pensar en alguien. Ni siquiera en
algo. No me importaba extender el polvo. Solo quería coger. De manera
irracional. Como un animal.
El final llegó insulso.
Lleno, pero vacío. Sin alma. Como
siempre.
La dejé en la esquina en
la que la había levantado. Prendí un cigarrillo. En la radio, solo canciones
estúpidas que hablaban de amor. La apagué.
Tal vez en otra vida. En otro lugar.
Tal vez otro bar.
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