martes, 9 de agosto de 2016

Cardinales

Los mapas me habían enseñado que hay arriba, abajo y a cada lado. Sin embargo, siempre supe que la verdad está en mi centro. Ese que maneja las lejanías que siento. Los acercamientos que deseo. La distancia que, impiadosa, siempre me separa.
Distancias. Cuál es la peor, la menos dolorosa. La qué hiere menos.
Nunca lo supe.
Tal vez por eso, ahora manejaba sin rumbo. Sin pensar en destinos, pero extrañamente guiado por un norte perdido. Sin prisas ni equipajes. Solo escuchando el sonido del motor y el del pampero que entraba a raudales por la ventanilla trayendo olores vagos de mar lejano. De montañas frías y ciudades agobiantes.
El sol se despedía pintando de todos los tonos del carmesí las panzas de las nubes y el cielo se apagaba con un bostezo, acariciando a mis costados,  las rocas frías de las sierras solo salpicadas por gotas de verdor avergonzado. Frente a mí, la carretera larga, perdida y sinuosa. De subidas dolorosas y bajadas interminables. Vertiginosas.
La soledad, no siempre es buena compañera de viaje. En ocasiones ayuda, aconseja. En otras, contagia tristezas. Dice verdades crudas, de esas que duelen. Que no se quieren escuchar.
Los faros rompían la negrura descubriendo solo una línea interminable que parecía atravesarme una y otra vez. Algo dentro de mí, hacía que pisara más a fondo el acelerador. El aire me ahogaba, me hacía entrecerrar los ojos. Me decía: Dale. Dale…
Grité. Grité hasta que mi garganta pareció romperse. Hasta que me ardieron los pulmones. Hasta que una calma inexplicable me cubrió como el manto de un mago a su galera.
Solo quería alejarme de todo. De todos.
Escapar. Sí.
Buscar un sur en el que sentir paz. Nada más.
Cerré la ventanilla y aflojé la marcha.
Prendí un cigarrillo, el humo se estancaba denso y un cosquilleo en el fondo de mis ojos anunció una lágrima, seguramente lluvia provocada por la nube de tabaco empeñada en no alejarse de mi cara.
Me detuve en la cima y apagué las luces. La noche pareció tragarme y las estrellas me envolvieron en su misterio haciéndome parte de ellas.
A lo lejos, como en un amanecer trasnochado, la luna emergía opacando la fiesta. Iluminando tímidamente la negrura. Descubriéndome. 
Luna llena.
Luna llena y brazos vacíos.

Otra vez.



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