Los mapas me habían enseñado que hay arriba, abajo y a cada
lado. Sin embargo, siempre supe que la verdad está en mi centro. Ese que maneja
las lejanías que siento. Los acercamientos que deseo. La distancia que,
impiadosa, siempre me separa.
Distancias. Cuál es la peor, la menos dolorosa. La qué hiere
menos.
Nunca lo supe.
Tal vez por eso, ahora manejaba sin rumbo. Sin pensar en
destinos, pero extrañamente guiado por un norte perdido. Sin prisas ni
equipajes. Solo escuchando el sonido del motor y el del pampero que entraba a
raudales por la ventanilla trayendo olores vagos de mar lejano. De montañas
frías y ciudades agobiantes.
El sol se despedía pintando de todos los tonos del carmesí
las panzas de las nubes y el cielo se apagaba con un bostezo, acariciando a mis
costados, las rocas frías de las sierras
solo salpicadas por gotas de verdor avergonzado. Frente a mí, la carretera
larga, perdida y sinuosa. De subidas dolorosas y bajadas interminables.
Vertiginosas.
La soledad, no siempre es buena compañera de viaje. En
ocasiones ayuda, aconseja. En otras, contagia tristezas. Dice verdades crudas,
de esas que duelen. Que no se quieren escuchar.
Los faros rompían la negrura descubriendo solo una línea
interminable que parecía atravesarme una y otra vez. Algo dentro de mí, hacía
que pisara más a fondo el acelerador. El aire me ahogaba, me hacía entrecerrar
los ojos. Me decía: Dale. Dale…
Grité. Grité hasta que mi garganta pareció romperse. Hasta
que me ardieron los pulmones. Hasta que una calma inexplicable me cubrió como
el manto de un mago a su galera.
Solo quería alejarme de todo. De todos.
Escapar. Sí.
Buscar un sur en el que sentir paz. Nada más.
Cerré la ventanilla y aflojé la marcha.
Prendí un cigarrillo, el humo se estancaba denso y un cosquilleo
en el fondo de mis ojos anunció una lágrima, seguramente lluvia provocada por la
nube de tabaco empeñada en no alejarse de mi cara.
Me detuve en la cima y apagué las luces. La noche pareció
tragarme y las estrellas me envolvieron
en su misterio haciéndome parte de ellas.
A lo lejos, como en un amanecer trasnochado, la luna emergía
opacando la fiesta. Iluminando tímidamente la negrura. Descubriéndome.
Luna llena.
Luna llena y brazos vacíos.
Otra vez.
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