Tres años atrás
Todo comenzó después del gran cataclismo; cuando los ríos se
congelaron y la lava de los volcanes se deslizaba encima de ellos sin
fundirlos, como un esquiador lanzado en una pendiente sin fin. Ciudades,
pueblos y villorrios, fueron destruidos por incendios incontrolables. Los que
vaticinaban que el derretimiento de los polos inundaría al planeta, miraban
absortos como los océanos se escurrían convertidos en vapor que salía por los
ahora vacíos volcanes, dejando a la vista cordilleras interminables y fosas de
profundidad incalculable.
Después de la última gran tormenta, el planeta amaneció
dividido en miles de trozos que vagaban errantes, pero se negaban a alejarse
demasiado unos de otros, formando mundos pequeños. Algunos tanto, que en un
solo día, se podía dar la vuelta a ellos. Los llamamos “Mundis” y eran miles
que giraban alrededor del gran trozo que conserva lo que quedó de la humanidad,
encerrada en edificios gigantescos de habitaciones diminutas. La Tierris.
El mío se reducía a una piedra en la que había heredado una
parcela de tierra fértil que usaba para cultivo y un lago que, quién sabe por
qué, una mitad era de agua salada y la otra, dulce. Un viejo galpón que había sido
una fábrica de ventiladores y un avión sin motores, viejo y pequeño, que era mi
casa. En la carlinga había instalado el observatorio. El telecaleiscopio,
ocupaba todo el parabrisas y cuando
descorría la cortina de terciopelo azul que lo cubría, llenaba la oscuridad de
la cabina con luces de planetas lejanos, cometas nómadas y estrellas que tal
vez, ya no existían pero se negaban a apagar su luz. Tenía esperanzas de con
él, encontrar al fin, algún mundo nuevo. Diferente.
Usaba el aparato por las noches. En el día, era como un
caleidoscopio gigante. Me encantaba ver las formas de colores jamás adivinadas, moverse a lo largo del tubo metálico que era mi hogar.
Un lugar seguro y silencioso. Sin sobresaltos, ideal para
recuperarse de una hecatombe como la que había casi, arrasado con todo.
Un año atrás
Ellas, es una roca
grande y de formas armónicas en la que casi siempre llueve. La rodea una nube
que parece llevar atada y en cada atardecer, se pueden observar las tormentas
de rayos más fuertes que se pueda imaginar y luego, los más increíbles y
perfectos arcoíris. A pesar de sospecharlos, no me acostumbraba a esos cambios
repentinos y siempre me sorprendía observándolos. Al regresar a casa, encendí el Ojo de Leela. Así le decía al
monitor ovalado de rayos catódicos que estaba conectado al telecaleiscopio.
Inmediatamente, el leve zumbido de las válvulas invadió el silencio del lugar y
muy pronto, la pantalla se llenó de palabras que no estaba seguro de dónde
venían.
Al principio, me costó entender la letra. Eran trazos que se
notaban escritos con prisa y no estaba seguro de cuándo habían sido enviados.
Estaba tratando de descifrarlos cuando de pronto, una mano femenina apareció en
la pantalla escribiendo con lentitud. Hola,
enciende el telescopio— decía ahora con letra clara.
Descorrí la cortina y un iris tan azul como un zafiro, llenó
el parabrisas y todo mi espacio con su
luz.
El ojo se alejó un poco y pude ver los dos. Sonreían. Sus
cejas, algo gruesas, que acentuaban el gesto, también lo hacían. Los mechones
de pelo enmarcaban la mirada alegre que no podía ocultar un dejo de tristeza
bien guardada entre quién sabe cuántos misterios.
Solo eso.
Ella, no buscaba planetas distintos. Estaba segura que en
todo el universo, no encontraría otro como el suyo, pero la entretenía pasear
por algunos.
Su Mundis era más grande y tenía animales de granja, una
casa de ladrillos, plantaciones de frutos tropicales y un viñedo. Usaba un
sombrero de ala muy ancha y tomaba sol bebiendo de su propio vino en la
piscina.
Ella, era una verdadera dama estelar.
Yo, un simple vagabundo estratosférico.
Me habló de los mundos que había visitado y como los había
bautizado: El field of joy, donde un
tinglado con muñecos, simulaban escuchar e interesarse en las personas que lo
visitaban. En la Rocher Fantastique,
sus moradores estaban seguros que eran importantes, necesarios para alguien que
no existía. Y la siniestra Isla Objeto. Allí, sus habitantes eran usados solo
cuando su monarca los necesitaba, luego, eran condenados a pasar su vida en
anaqueles.
Esos, solo eran algunos.
Era casi primavera cuando nos conocimos.
Una madrugada muy fría de ese año
Una noche de insomnio, oteando el cielo, vi unos asteroides
que se dirigían directo hacia mi órbita. Aún estaban lejanos y como siempre,
pensé que nada malo podía suceder.
Ayer
Es primavera otra vez y los cultivos parecen venir con
fuerza. Los brotes de alcachofa, que rodean el rosal color atardecer, crecen
buscando la tibieza del sol. Pronto será tiempo de pasear al borde salado del lago y disfrutar del verano, de despedir al frío, pero la amenaza está cada vez más
cerca y al fin comprendo que es verdadera y que debo hacer algo.
Una idea loca se apoderó de mi mente. Entré al galpón de los
ventiladores decidido a intentar realizarla.
Mientras trabajaba en ella, no podía dejar de pensar en la
Dama Estelar. La había visto desplegar las velas y poner proa hacia otro sitio.
Seguía su camino buscando en galaxias lejanas, mundos
brillosos. De oro, mirra e incienso. Tal vez uno que la hiciera recordar algún
tiempo de felicidad breve, imaginada. Alguno donde al fin, abrir su maleta
llena de incógnitas.
Nuestros Mundis se acercaron brevemente, se rozaron sin
abrazos. Por accidente. Nada más.
Hoy
El viento trata en vano de arrebatarme el sombrero. Encima
de mí, el cric-cric que hacen las
alas de los pájaros eléctricos que me siguen, es permanente y se confunde con
el sonido de los cientos de ventiladores que ahora, impulsan mi roca. Llevo una
buena velocidad aunque aún no sepa mi destino. Ni siquiera si encontraré un
lugar donde amarrar la nave.
Tal vez me detenga un tiempo del lado oscuro de Ellas a
observar las tormentas y los arcoíris, alejado. Muy alejado.
Quizás me mude a Tierris y me pierda entre la muchedumbre.
O tal vez me dirija hacia alguna estrella lejana y trate de
encontrar si realmente, hay algo detrás de su luz.
Hola Héctor, es la primera vez que llego aquí. Me ha gustado mucho tu relato estelar, me agrada tu narrativa fresca, la intensidad con que sostenés el argumento, la presentación y el cierre. Disfruté de la lectura, sinceramente. Un placer leerte. Un gran saludo.
ResponderEliminarAriel
Hola, Ariel. Bienvenido. Muchas gracias por pasar por aquí y dejar un comentario tan amable.
ResponderEliminarTe mando un abrazo